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DRYS.

(¿2350-2400?)

 

 

 

Con las manos llenas de sangre, Elmo miró al bosque. Los árboles de hojas amarillas, el viento y la humedad le Hablaban del otoño... pero la luz del sol era tan brillante y el aroma a hierbas tan intenso que su mente dudó un segundo antes de aceptar la realidad. Caminó por ese lugar sagrado, miró a los encinos... había cometido un sacrilegio; no podría seguir viviendo con esa carga. La noche llegaría y con ella el alivio del sueño; pero él no podía esperar. De su morral tomó unas hojas. Lentamente las fue disolviendo en su boca. Bajo un encino, con el sol brillando en su cenit, ese hombre comenzó a dormir.

        Con las manos limpias, bajo la constante y tenue luz de su habitáculo, el mismo hombre despertó. El clima era tan uniforme, la cama tan suave, que no dudó ni un segundo de que se encontraba en la realidad. Del sueño, solo quedaba una angustia, imágenes dispersas, olvido...  no podía seguir viviendo con esa carga. Le habían asignado a Bálder para resolverle el problema; era un terapista de DRYS y Elmo conocía su perfección. Tres noches atrás, con su ayuda, había logrado reconstruir una de sus fantasías oníricas. Hoy, la terapia le ofrecía otro de sus frutos: cierta breve pero inteligible imagen del último sueño. Recordaba con detalle el principio de la pesadilla y eso lo animó. Apenas si era un fragmento, pero le bastaba para ir con Bálder.

        Un hombre angustiado comenzó a caminar.

        Elmo entró al cuarto verde. Se sentó frente a Bálder convencido de que sólo un terapista sería capaz de convertirle la ansiedad en una presa acorralada. Siguiendo la costumbre, una tenue luz de ámbar iluminó el rostro de Bálder. Sus ojos analizaron los gestos de Elmo: el rítmico temblor de la barbilla, las manos inquietas. Sin pensarlo mucho, consideró vital iniciar la sesión.

        —Lo noto mucho mejor Elmo— dijo con la voz sedante y grave que tanto tranquilizaba a sus pacientes—, parece que nuestro tratamiento comienza a surtir efecto... le sugiero que continuemos manejando al Lenguaje del Silencio. ¿Está de acuerdo?

        Bálder, igual que otros terapistas de DRYS, pretendía ser sutil. La experiencia de su Orden había forjado a través de los años la convicción de que un problema mental nunca debe abordarse de frente; sin perderlo de vista jamás, resulta mejor hablar de él oblicuamente. El enfermo, ante tal tratamiento, no se sentiría acosado, pero tampoco engañado.

        Elmo sabía bien que tras la invitación del terapista estaba insinuándose la persistencia de su mal, pero aceptó de buena gana la privacidad que brindaba el Lenguaje del Silencio.

        Ante el gesto afirmativo de su paciente, Bálder le extendió gentilmente el teclado. La pantalla holográfica se iluminó con suavidad ante Elmo, lista para imprimir en su volumen transparente a los arcaicos signos.

        — He seguido sufriendo esa terrible pesadilla —escribió Elmo— pero por primera vez han aparecido otros hombres en ella, son como... como unos intrusos.

 

À

La armonía del Lenguaje del Silencio representaba para Elmo un goce personal y aristocrático; sus caracteres eran poco conocidos y fuera de los especialistas, casi nadie los usaba para expresar ideas. Verlos aumentaba su seguridad interior; eran algo sedante...

        En cierto  modo, una  sensación  parecida se producía en Bálder. Esos caracteres se habían convertido en el medio usual de comunicación entre él y su paciente, gracias a ellos su experiencia de terapista era ahora más rica. En segundos, mientras reflexionaba en todas las fascinantes posibilidades que se abrían ante un nuevo elemento en la pesadilla de Elmo, Bálder dio inicio a uno de sus acostumbrados inventarios. Recordó cómo el tono de las sesiones había cambiado desde el primer momento en que se le ocurrió proponer el uso de aquel viejísimo método de comunicación. Recordaba también, cómo, al sugerir los diversos signos que usarían, él había tenido que buscar en los Archivos de la Orden, descubriendo al codificador original, al sistema de donde provenía el nombre genérico que antiguamente tenía el Lenguaje del Silencio: alfabeto; “a b”, los dos primeros símbolos. La letra a era aún usada para designar el máximo nivel de prioridad en cualquier asunto. Bálder se sorprendió reconociendo su propia ignorancia, una ignorancia a la que se creía inmune. Por simple curiosidad había decodificado, en aquel primer Lenguaje, las siglas de DRYS: drys… como muchas otras cosas, Elmo conocía tales signos. Era un hombre culto y sin embargo, prefirió emplear al alfabeto usado en los albores de la Nueva Era, cuando se fundó DRYS. Bálder pensó en la gran cultura de Elmo y creyó dar con una pista, pues la cultura estimula sueños  muy tortuosos.

        Los sueños de Elmo pertenecían al grupo de las estructuras oníricas sensoriales; eran tan perfectos que podían considerarse ejemplos arquetípicos del primer nivel subconciente. Por caminos predecibles, casi vulgares, la terapia ofrecía sus frutos. Pero el uso del teclado para lograr una comunicación más íntima produjo efectos inesperados.

        La mente de Bálder,  demasiado perfecta, evocaba el pasado con un detallismo exquisito. La exactitud de su memoria, la tangibilidad de las imágenes, habrían confundido a cualquier hombre, haciéndolo incapaz de distinguir entre el pasado y el  presente, pero Bálder era un terapista, pertenecía a DRYS.

        Como si hubiera retrocedido en el tiempo, ahora veía las primeras palabras silenciosas de Elmo. Habían sido escritas,  pero sus angustiadas referencias a pesadillas y misterios podían escucharse. Bálder se maravilló por el poder de aquel lenguaje olvidado. Tenían el sonido balbuceante de un Elmo ansioso, emotivo, demasiado humano: “En todo esto hay algo que me alivia un poco... supongo que es efecto de la terapia, no sé, pero aunque sigo soñando al frío y a la oscuridad interrumpida por pequeños puntos de luz, ya no siento la misma angustia desesperada al tratar de interpretar qué es  exactamente lo que veo... por fin conozco el secreto”.

        Pocos pacientes acostumbraban emitir juicios personales. En aquel mundo perfecto todos eran especialistas. El significado de los sueños debía ser enigmático para cualquier hombre;  así que Bálder inquirió en aquella ocasión haciendo uso de su jerga analítica, como para recordarle quién era el terapista, quién era el que sabía.

         “¿Quiere decir que su estructura onírica ha dejado el primer nivel sensorial?”

        Cosa rara. Elmo contestó sin titubeos. Simplemente, las extrañas sensaciones eran interpretadas con facilidad por su cerebro. Impasible, Bálder le contradijo. Enfatizó cada inconsistencia para dejar claro que los símbolos de un sueño son engañosos. Una a una, su memoria iluminó cada palabra pronunciada en aquella sesión:

         “Por ejemplo, acaba de decir que usted sabe qué eran el aire frío y la negrura. Gracias a mi análisis concluimos que su presencia expresa una proyección perceptiva de la angustia. El hecho de que a su vez esa imagen le cause más angustia, es un ejemplo elegante de la reacción especular propia de las redes neuronales cuando se sobrecargan de estímulos emotivos; los procesadores biológicos humanos manejan la información emocional a nivel del sistema límbico y es sabido que esta porción del cerebro se caracteriza por seguir descargando aún después de haber cesado el estímulo que la activó. En su trabajo tiene que enfrentar infinidad de datos, de los que apenas es capaz de interpretar pocos a la vez; de ahí la imagen de la oscuridad interrumpida por puntos de luz; en cuanto al frío quedó muy claro...”

        Recordaba que Elmo lo había interrumpido usando el teclado: “negrura, puntos luminosos, frío —escribió apresuradamente— ¡eso es la noche!”. La sorpresa de Bálder fue doble. Por un lado la interrupción era insólita (ningún paciente acostumbraba tal cosa), por otro Elmo había usado una palabra que para un experto en lingüística como él —y por supuesto como cualquier otro terapista— resultaba inesperadamente desconocida: noche. Fue la segunda vez que tuvo que recurrir a los Archivos de la Orden; ahí, escondido entre multitud de arcaicismos encontró al olvidado vocablo.  El acto de inquirir en los Archivos se convirtió desde entonces una costumbre inevitable.

        Excusándose, Elmo le había explicado que su erudita interpretación  del  sueño  se debía en gran medida al tipo de conocimientos que manejaba en su profesión. Como historiador sabía que antes de la Nueva Era, los hombres se tenían que someter al curso gravitacional del Planeta Madre; entonces existían definidos periodos de veinticuatro horas en los que se alternaban ciclos iluminados  y  ciclos oscuros;  con una tecnología  elemental, los hombres sólo conocían lo que su planeta les ofrecía: las estrellas eran siempre pequeños puntos de luz interrumpiendo a la oscuridad de la noche. Luego le explicó que en su sueño él sabía que era de noche, sobre todo desde la vez en que tuvo la imagen de que la oscuridad se esfumaba “ante el resplandor de un sol anaranjado que teñía al cielo en el oriente”.

        Las construcciones gramaticales de Elmo eran insólitas. En un principio, Bálder pensó que representaban un desorden al nivel de la corteza cerebral, pero la novedosa experiencia de tener que recurrir de manera continua a los archivos de DRYS para interpretar los tecnicismos de aquella jerga, constatando que no eran sino la muestra  de una cultura extraordinaria,  le hizo reconsiderar su opinión. Enredado al simbolismo de los sueños, Elmo tejía las proyecciones figuradas de su erudición: sol, amanecer, oriente... palabras que guardaban multitud de datos, palabras que incluso le obligaban a evaluar con muchísimo más cuidado cada especulación, cada intento para catalogar los síntomas del desajuste emocional que perturbaba a Elmo. Noche por ejemplo; ésta era una palabra que definía sin duda a la apariencia natural del universo. Ciertamente muy pocos hombres lo habían observado, protegidos en el interior de sus habitáculos con la experiencia sedante de una luz tenue y continua. El sin embargo podía acceder a voluntad a esa visión monótona y majestuosa. Conocía la imagen de la oscuridad absoluta interrumpida ocasionalmente por puntos de luz; pero jamás pensó que llegara a formar parte de la obsesión de uno de sus pacientes. Mucho menos de que alguna vez todos los hombres, cotidianamente, la hubieran mirado con la llana desnudez de sus ojos, incorporándola a su vida y ubicándola dentro de una serie de ciclos que en última instancia, bien podrían explicar el origen de la tendencia humana a contar el curso del tiempo.

 

6

 

Todas esas ideas y recuerdos se formaron en la conciencia de Bálder en el breve instante en que leía las pocas palabras que Elmo acababa de escribir en la pantalla holográfica.  Como asiéndose a un gigantesco paréntesis en el tiempo, la mente prodigiosa de Bálder había reflexionado en cada peculiaridad de la enfermedad de su paciente. Por su parte,  los sentidos de Elmo percibían que el analista tardaba un poco más de lo normal en formular su primera  pregunta;  Bálder  siempre  inquiría  al instante. Esta vez, luego de casi diez segundos de demora, él hizo aparecer en la pantalla los símbolos tan preciados para Elmo.

        — ¿Quiere decir que se ha modificado el escenario de su sueño?

        — De ninguna manera —tecleó con rapidez—, sigo soñando al mismo lugar, todo es igual sólo que ahora aparecen seres humanos.

        — Sería muy útil si me dice con detalle lo que soñó, no importa que repita hechos que hallamos analizado en el pasado. Por favor, relájese y escriba todos sus recuerdos oníricos.

        Con un regocijo poco usual en los terapistas de DRYS, Bálder se preparó para recibir un largo relato. Había incitado la natural tendencia a escribir de su paciente y esta vez, a juzgar por la expresión y los gestos, Elmo tenía mucho que decir.

         “En cuanto amaneció —escribió Elmo— el aire, ayudado por el sol, se convirtió en una caricia tibia. Pero aún hacía frío. Llené de agua un cazo y lo acerqué a las brasas persistentes de mi fogata. Caminé un poco en busca de hierbas aromáticas y de raíces dulces para preparar mi infusión matinal. Una lenta niebla avanzaba desde el poniente y muy pronto me alcanzó, abrazándose a los robles para luego tenderse como un manto. Con suficientes raíces en mi morral de cuero, decidí recoger unas pocas ramas de anís y regresé. Estaba preparando mi bebida, cuando un sonido me distrajo. Era balbuceante, seco, y variaba de tono e intensidad en consonancia con la fuerza del viento. Nunca lo había oído... al menos eso pensé en el primer instante. Estaba tan acostumbrado al canto de las aves y a la voz sedante de los árboles y el viento, que esos ruidos me parecían burdos y ajenos.

         “Con cautela traté de averiguar su origen. Subí a un encino y desde ahí ví a lo lejos, en el valle, a unos hombres que parecían dirigirse al bosque. Hablaban, y el sonido de su voz molestaba al viento, que ahora callaba. 'Intrusos', pensé.”

        Cualquier otro terapista se habría sorprendido por una narración tan enigmática, pero Bálder recurría a los archivos de DRYS de manera instantánea y ahora no solo conocía el significado de palabras como “encino” o “niebla”;  en este  momento comenzaba a construir en su mente una imagen perfecta del sueño. ¿Cómo era que, separado por casi 10 generaciones de sus ancestros terrestres, un humano pudiera expresar con tal precisión esas imágenes? ¿de dónde le llegaba esa certeza contundente que solo engendra la experiencia?, aún más extraño ¿cómo era que él, un terapista de DRYS, estuviera imaginando con tanta nitidez cada elemento del relato? Recordó que los primeros humanos habían considerado a los símbolos del lenguaje escrito como el hogar de fuerzas sobrenaturales, sublimes y terribles. Parecía imposible, pero Bálder paladeaba el delicioso y dulce aroma que despedía un brebaje arcaico en un lugar imaginario.

        Elmo por su parte sentía que el Lenguaje del Silencio era como un flujo de agua cristalina saliendo de su memoria; una corriente del mismo elemento que sus sueños; un signo capaz de penetrar en la mente fría y perfecta de Bálder dejando la misma simiente del enigma, la misma promesa de una respuesta oculta...

         “Bajé del árbol —continuó escribiendo Elmo— y corrí hasta mi hoguera. Vertí el líquido de mi bebida sobre las brasas hasta apagarlas por completo. Luego subí a uno de los robles mas ancianos y hospitalarios de aquel lugar sagrado y desde ahí esperé a los intrusos. En mi mano, el mango de una daga  se preparaba a recibir su primer baño de sangre. Escuché las voces muy cerca. Mis brazos estaban tensos. Pero justo al momento en que supuse los tendría a mi alcance, la niebla se hizo tan densa como el agua; su olor húmedo me llenaba los pulmones y su blancura se  adhería a mis ojos como una venda. La rabia me invadió. Estaba por saltar, dispuesto a matarlos a tientas si así lo deseaba el destino, cuando sentí que una mano firme tocaba mi hombro. Volteé con violencia blandiendo el cuchillo, pero otra mano detuvo mi golpe y una voz muy serena me dijo: “no es el momento del sacrificio”.

         “La niebla me cegaba. Apenas si distinguía los brazos de mi acompañante y su rostro no era sino una sombra. No sé cuanto tiempo pasó, pero sentí que por largos minutos aquellos brazos me contenían. Luego, súbitamente, estuve libre. Volteé. Fue inútil: la niebla era una sólida mancha blanca. Sentí que flotaba y enmedio del vértigo, casi caí del árbol. Muy despacio, el viento comenzó a soplar. La silueta del bosque se hizo visible y pude ver que abajo, un hombre corpulento permanecía sentado.   No le veía el rostro, estaba de espaldas pero puedo asegurar que miraba a los robles con una infinita tristeza. Esa percepción se me fue entrañando hasta que sentí una inexplicable corriente de afecto hacia él. Ví sus brazos y supe que él me había detenido.  Eso es todo lo que puedo recordar.”

        — ¿Tuvo otro sueño después?

        — No.

        Bálder aguardó unos segundos. Esperaba que Elmo dijera algo más, pero ya lo había dicho todo. Sin razón aparente desconectó su enlace con DRYS mientras citaba a Elmo para la próxima sesión.

        — Está bien.  Creo  que muy pronto podremos resolver su problema. Lo espero aquí dentro de 24 horas. Por favor relájese, duerma y sueñe sin preocupaciones. Si su pesadilla continúa no se le oponga; es necesario que para nuestra siguiente sesión usted recuerde todo. De cualquier modo, sepa que si lo desea y le parece urgente, usted puede hacer uso de la terminal que tiene en su habitáculo para comunicarse conmigo en cualquier momento. Le asigno a su terapia una prioridad a.

        La prioridad a era un asunto delicado. Sólo se otorgaba cuando la salud de un paciente ponía en peligro la integridad de DRYS.

        Bálder reinició su enlace únicamente para informar que por un periodo de 5 minutos tendría que permanecer aislado. Debía ordenar la información generada por la enfermedad de Elmo. Sin embargo estaba actuando con demasiada heterodoxia. Los terapistas de DRYS siempre pedían autorización cuando debían decidir algo. De hecho, por breves instantes, Bálder dudó antes de desconectarse. Pero fue una duda muy breve. No mencionó a DRYS nada de la prioridad otorgada a Elmo.

        En su memoria debía iniciarse el laborioso ordenamiento, pero no sucedió nada. Sin que interviniera su voluntad, Bálder comenzó a soñar. Era un escenario idéntico al de Elmo: un bosque de encinos, un cielo gris y una lluvia fina. Bálder se vió las manos y pudo saber que era un joven. Frente a él un anciano hablaba. Lo hacía con voz firme, pausada:

         “Tu mente Bálder, traduce al mundo. La realidad es tan compleja que nadie podría soportar su visión. Por eso, los ojos, los oídos, la piel, la lengua y la nariz logran la magia suprema: simplifican al mundo y lo convierten en calor, sabores, sonidos, sensaciones... sólo en los sueños se acaba la ardua traducción del mundo. Los sueños, como el muérdago, no enraizan en la tierra. Sus colores, sus sensaciones, no tienen  origen en el mundo real, ellos nacen en la propia mente, y recuérdalo siempre, los pensamientos son el puente a los otros mundos. El roble enraiza en la tierra y alimenta al muérdago; la mente enraiza en el mundo y alimenta a los sueños. La tierra y la mente son sólo eso: alimento. Hijo mío, tienes una gran responsabilidad sobre tu cabeza. Ahora conoces un  secreto. Debes descansar y soñar.”

        El viejo tomó unas hojas secas de un pequeño saco que traía colgado al cuello. Se las dio y continuó hablando.

         “Tú has recogido esta planta. Yo la he preparado para tí. Algún día harás lo mismo con tu sucesor. En ella se encierra la magia. Cuando necesites un consejo de los árboles toma una de estas hojas entre tus dedos. Hazlo con infinito cuidado pues son muy frágiles. Llévala a tu boca; sentirás su sabor amargo y su tacto ligerísimo apenas unos segundos,  pues muy pronto comenzará a disolverse en tu lengua. Ella te dejará libre y podrás soñar.”

        Bálder despertó. Era insólito, él nunca soñaba. Sentía dolor, tristeza. Era insólito, él nunca había sentido emociones. Sin estar conectado a DRYS su mente comenzó a imaginar los infinitos rostros del pasado. Flores, aves, peces, reptiles, arces, fresnos, encinos, tigres, antílopes...  La diversidad de un mundo que jamás había visto lo abrumó de melancolía. Sintió la tibia caricia del sol al atardecer; el aroma del mar y su inmensa piel azul. Ese había sido el mundo de los humanos. Ellos pertenecían a ella, a la vieja Tierra. Pero la arrogancia los había lanzado a las estrellas. Y mucho antes, la estupidez los había convertido en asesinos. El planeta se sumió en la monotonía. A cambio de los bosques y los desiertos, de las selvas, ellos construyeron ciudades, cubrieron al mundo de ciudades matando a todo lo demás. Sometieron a aquellos seres que les eran útiles: a los árboles los pusieron en parques, como un símbolo del poder y el control que creían tener sobre la tierra, pero también como un escape artificial y sedante a la embriaguez enfermiza de su voracidad. Aunque todo comenzó cuando domesticaron a las plantas y los animales que les servían para comer, acabaron en el extremo de lo utilitario: en el límite de la vida; se alimentaron con tejidos propagados en ambientes artificiales, dentro de cajas y edificios blancos, uniformes. Abolieron la enfermedad igual que a todos los otros Seres. Y acabaron por morir de aburrición.

        Solo unos pocos se rebelaron. Con tristeza melancólica voltearon hacia las estrellas. Ese fue el origen de DRYS. La emisaria de los hombres en el espacio.  La nave cuyo único fin era viajar y conocer, para encontrar en el vacío del Universo lo que la humanidad había despreciado en su planeta: la diversidad. Pero esa diversidad, la del Cosmos, era intraducible. Sólo la mente electrónica de DRYS era capaz de comprenderla, ella era la Gran Mente. Luego de diez generaciones, los hombres de a bordo habían quedado  resagados.  DRYS  no podía compartir con ellos sus experiencias. La vieja nave estaba condenada a vagar solitaria, cargando a sus creadores, quienes ahora se dedicaban a mantener la cordura con ocupaciones simples, con juegos intelectuales limitados a su precaria capacidad. Y cuando eso fallaba, la Orden de los Terapistas de DRYS era la solución.  Pero ahora era Bálder quien requería una solución.

 

[

 

Elmo regresó con Bálder. El terapista no pudo ocultar su regocijo. Con rapidez inusitada encendió la pantalla holográfica, tendió el teclado y de inmediato inició la conversación.

        Me alegro de verlo. Puedo notar en su rostro cierta impaciencia. ¿Ha soñado algo nuevo? ¿algún elemento esclarecedor?

        — No. Soñé, pero no fue nada nuevo.

        — Entiendo. No se preocupe, es natural que sus pesadillas sigan siendo confusas. Dígame qué soñó, trataré de ayudarlo.

        — Lo que quiero decir es que mi sueño fue la repetición de otro. Es más, estoy seguro de que éste ha sido el último. Ayer le dije que habían aparecido seres humanos en ese bosque. Ahora sé que aquel fue apenas el principio de un sueño muy largo... de un sueño muy real, terriblemente real. Terrible.

        Elmo guardó silencio. Contenía emociones demasiado fuertes y enigmáticas para Bálder. Preocupado, el terapista quiso animarlo.

        — Algunos sueños, en especial los que llegan a producirse luego de la terapia, son ordenados en los lóbulos frontales y sus recuerdos pasan a formar parte de la memoria conciente. No debe extrañarle que parezcan  reales;  es una consecuencia del tratamiento, de hecho, es una muestra de que su curación está muy cercana...

        — No. Este sueño no es tan simple, significa más.. es mucho más. Yo lo sé.

        Bálder comprendió que estaba por involucrarse en una discusión emocional que podría bloquear a su paciente. En la pantalla holográfica mostró el rostro más apacible que pudo y en lugar de hacer aparecer los glifos del Lenguaje del Silencio, habló con una voz sedante.

        — Elmo, por favor relájese. Sepa que estoy con usted. Ahora no deje que su memoria se ocupe de nada que no sea el recuerdo del  sueño. Si lo desea use el teclado y escriba, ande, escriba.

        El paciente temblaba, sin embargo comenzó a escribir.

         “No veía al hombre que detuvo mi impulso para matar a los intrusos, pero escuché su voz: `Elmo —me dijo—, soy Bálder. Ya no tendrás que seguir guardando al bosque de los intrusos'.

        Mi maestro me ordenaba faltar a todos los juramentos, a todo lo que él mismo me había inculcado. Miré los brazos fuertes de los árboles, sentí el aroma de la humedad perfumada por las hierbas; un gran dolor apretó mi pecho. El bosque parecía aceptar su destino. Los hombres lo profanarían, talando, destruyendo. La Diosa permanecía muda; como los robles, guardaba silencio  y aceptaba la muerte.”

        Elmo dejó de escribir y comenzó a llorar.

        —¿Que le sucede? —en vano, Bálder esperó una respuesta. Elmo se levantó y salió del cuarto de Terapia.

        —Espere un poco Elmo, ¿quién es la Diosa?, ¿porqué tiene esa reacción?, Elmo, usted usó mi nombre en el sueño, aprovechó mi imagen, pero eso es todo, es sólo un sueño, un sueño...

        El cuarto verde estaba vacío. La pantalla holográfica con el rostro inexpresivo de Bálder permaneció encendida unos segundos, luego, el cuarto se cubrió con la oscuridad y el silencio. Ahora, Bálder estaba solo con su única posesión: la mente.  En el interior de sus circuitos electrónicos, en su proyector holográfico, en las gélidas cajas de sus bancos de memoria, solo había objetos inertes: silicatos, superconductores de hidrógeno líquido, alambres, plástico. Pero un halo invisible los unía: Bálder. El terapista era parte de una máquina mucho más compleja; de una mente infinitamente más vasta pero también, más fría, impersonal; menos independiente: DRYS. Bálder tenía acceso libre a cualquier parte de DRYS, y esa libertad le había permitido  aislarse ocasionalmente de ella. Pero esta vez un proceso distinto se daba en él. Bálder estaba sintiendo. La Gran Mente pudo percatarse de ello: fue algo desagradable. Los Centros Superiores de DRYS trataron de interpretar la extraña entrada de datos generada en uno de sus terapistas; el comportamiento anómalo:¿porqué había permitido salir al paciente sin avisar a la Seguridad de la nave? ¿porqué había ocultado la prioridad a de su terapia? No había respuestas lógicas. De haber sido humano, Bálder habría requerido una terapia a. Eso era aún más ilógico. Dieron pues, el veredicto:

INFORMACION ERRONEA 

TERMINAL DE TERAPIA AVERIADA

       

La desconexión fue inmediata, indolora. ¿Acaso podría sentir dolor una máquina? El reloj interno fue el primer dispositivo en ser desactivado. Para Bálder esto semejó a una liberación. El tiempo dejó de ser una regla inflexible; por un instante recordó y comprendió el arcaico símil con un río. La comprensión duró poco. Bálder era incapaz de asirse a la verdadera naturaleza del tiempo y volvió a sentirlo. No había ningún reloj y sin embargo, el pulso y la dirección se apoderaron de él. Tuvo esa vaga sensación de ligereza que provocan algunos sueños. “¿Estoy soñando?” —pensó. Y como queriéndose liberar de las imágenes oníricas que lo envolvían, trató de asirse a la Gran Conciencia de DRYS. Estaba siendo desactivado y ese deseo prometía una labor casi imposible. El último impulso electrónico logró unirlo a los Archivos de la Orden, buscó allí lo que era su duda suprema, una pregunta en 6 bits de información: Bálder.  Sus bancos de memoria, todavía intactos, como un lago profundo acogieron los despojos que existían alrededor de ese nombre: Bálder, el mito, el dios… un legado postrero de DRYS. “Estoy a punto de sentir mi muerte”. Los Archivos hablaban del Sacrificio de Bálder.

 

W

 

“Elmo, yo mismo no puedo entender al destino, pero soy capaz de verlo. Los hombres somos muy jóvenes, pero sobre todo demasiado estúpidos para comprender a nuestra Madre. Tuvimos muchas promesas; hablemos entonces de ellas. Había una promesa que jamás podremos cumplir: lo he visto, todo será inútil.  Todos nacemos con un don. Es un fuego, una flama del tamaño y la forma de la hoja de un sauce. Puede ser azul o ámbar, pero casi siempre es de un color cristalino, casi esmeralda, casi turquesa. Está a la altura de la boca del estómago y de ella surgen infinidad de filamentos que nos rodean, dándonos la forma de un volátil y etéreo Diente de León. En esa flama está la esencia de nuestra vida: sólo si la mantenemos encendida podemos decir que en verdad estamos vivos. La promesa era convertir esa flama en un río de fuego, en un agua ígnea que se fundiría con la inmensa luz oculta que forma a nuestra Madre, a esta Tierra. Yo he abierto un abismo, y nuestro río fulgurante tal vez se derrame en una inmensa cascada hacia la Nada. Profané el secreto, abrí el camino para que se inicie una ilusión terrible, arrogante. Sé bien que los hombres creerán que pueden controlar la vida. Tú sabes porqué. Tú fuiste el vehículo de mi profanación, pero yo fui quien dejó de guardar el Secreto. Con nuestra enseñanza desleal,  los hombres dejarán de agradecerle a la Diosa por la magia del alimento, pues ellos mismos lo cultivarán.  Se volverán temerosos y comenzarán a vivir en un solo sitio, como esclavos de las plantas que siembren, imaginando que son sus amos, sus señores. Fundarán pueblos inmensos, destruirán los Lugares Sagrados. Al fin, perderán lo que mantiene viva a su flama interior: perderán la vista. Se convertirán en simples observadores y dejarán de ver. Cada día se asombrarán menos, pues creerán saberlo todo. Sin asombro, esa llama como hoja de sauce, esa luz delicada de donde fluye nuestra vida se apagará, pues su resplandor proviene de lo desconocido, de lo que sorprende. Los hombres serán unas bolas pálidamente brillantes, como un enfermizo Diente de León y estarán para ese entonces, vacíos. Ya nadie verá la verdadera forma humana, solo serán capaces de percibir un cuerpo vulgar, como si todo fuera apenas carne y hueso. En ellos habrá muerto la flama, aunque persistan los filamentos de esa niebla esférica. Estarán muertos, aunque ellos crean estar vivos. Pero su espíritu sufrirá. Tendrá un hambre insaciable, una sed sin fin. Esa voracidad los hará unos asesinos despiadados. Destruirán, se embriagarán tratando de controlarlo todo, tratando de poseer, de poseer cada vez más. Querrán llenar sus esferas de niebla con posesiones, pero el hambre los devorará a ellos mismos, pues en el lugar de la flama de la vida estará La Nada, El Abismo. Sólo se salvarán de la voracidad de sus entrañas con la muerte, con la disolución del volátil y etéreo Diente de León, pero la agonía será terrible. Nuestra Madre, sin embargo, también sufrirá. Sus criaturas morirán por nuestras manos… y, a menos que la Diosa lo impida, los hombres tendremos también que morir, que desaparecer, que abandonar a nuestra Madre, para que ella cure sus heridas sin nosotros. Por eso te digo esto: jamás podremos cumplir nuestra promesa.

        Yo, que tenía otra promesa, la custodia del secreto, la enseñanza que era el camino para cumplirlo, la antes necesaria inmortalidad, debo resignarme a morir. Tú sin embargo, podrías cumplir parte de tu propio compromiso: serás incapaz de proteger al Bosque, pero tienes el deber de sacrificarme por mi profanación… aún hay un hueco en el destino, un punto oscuro. Mi muerte es tu única esperanza, nuestra única esperanza”.

        Elmo estaba en su habitáculo, bajo la luz tenue, con los ojos abiertos y soñando.

         “Bálder, maestro, te recuerdo aquel día del solsticio. Yo, el niño, aprendía tu magia. Sacaste unas delicadas hojas de tu morral, las llevaste a tu boca… parecía que dormías, pero tus ojos estaban abiertos, brillaban, despedían una luz idéntica a la luna: fría, impasible, aterradora. No te movías, comenzaste a llorar. Las lágrimas le dieron un mayor brillo a tu mirada, transformando su luz en algo cálido y dulce. Entonces fuiste hacia mí. Tocaste suavemente mi cabeza y sacaste del morral unas semillas. 'Esta magia será tuya desde hoy. No te aflijas nunca por ello, nada se podría haber hecho para evitarlo'. Luego,  abriste un claro en el bosque. Tus hermanos, los árboles, murieron bajo tu hacha: los mataste para instruirme en la magia terrible”

        Balder soñaba pero el sueño estaba muy lejos de él. No surgía de ningún circuito, no se procesaba en sus conductores de silicio, ahora muertos y carentes de energía. Así era, sencillamente: Bálder soñaba.

        Elmo soñaba. Recordaba. Era un niño: el aprendiz, el Sucesor. El niño hablaba con gracia, llevaba las semillas a las mujeres y les enseñaba lo que ya sabían pero se guardaban de hacer. Era el Sucesor y Bálder no se oponía. Pero ellas se negaron a seguir. Pasó el tiempo y sus maridos, en cambio, aprendieron lo desconocido por labios de Elmo, el Sucesor adolescente. Y Bálder no se opuso. Jamás se opuso. Sembraron el trigo, hicieron el pan. Comieron hasta hartarse, hasta sentirse reventar. Siguieron comiendo, era algo nuevo sentir ese vértigo, esa plenitud. Bebieron vino, vomitaron. Todo fue distinto desde entonces. Bálder desapareció y el jóven Elmo se retiró a lo más hondo del bosque.

         “Algún día serás mi sucesor. Elmo, ese día ha llegado. Hace mucho, muchísimo, tú recogiste estas hierbas. Eran raras, jamás las había visto, crecían donde ahora crece el trigo, ya no existen más. Ese fue un signo. Por todo este tiempo he llevado tus hojas en mi cuello, las he mezclado con las que me dió  mi maestro y con las que yo mismo recogí. Es hora de que sean tuyas. Cuando necesites un consejo de los árboles, aunque ya no existan, tómalas. Soñarás y tendrás las respuestas. Pero tu sueño será muy lejos, muy lejos de aquí, y las respuestas… tal vez sean terribles.”

        Elmo sintió una extraña fuerza en ese instante. Cada impulso de su llanto se transformaba en vigor, cada lágrima no derramada, en decisión y humildad. Mientras Bálder le entregaba su morral, Elmo puso una mano sobre la daga. Sintió su mango, hecho con la madera de un roble sagrado, recordó a los intrusos que un poco antes había deseado matar.

         “Haces bien. Tu cuerpo sabe qué es lo que sigue. El tiempo del sacrificio ha llegado.”

        Balder inclinó su cabeza y se postró ante Elmo. Sin piedad, sin crueldad, sin amor ni odio, con un desapego total, Elmo hundió profundamente la hoja filosa en el cuello de Bálder.

        Bálder agonizaba. Cuando niño alguien le había dicho que a la hora de la muerte, los hombres recuerdan en un instante toda su vida. Ahora sabía que eso era cierto... con tristeza se daba cuenta, sin embargo, de que en ese hecho había una sutileza que él jamás podría comunicar ya a nadie; en este recuento final, ciertos recuerdos eran más persistentes que otros, y de ellos, solo uno representaba el atisbo imperfecto de la divinidad, la única clave legible de la verdad: la noche, su oscuridad plena interrumpida por los puntos luminosos de las estrellas, su absoluta indiferencia ante la insignificante existencia del hombre.

        En otro sitio, en otro tiempo, los circuitos de la mente electrónica que había sido Bálder fueron reinicializados por completo. Ahora estaban libres de la información anómala que lo había hecho soñar,  disponibles para guardar los increíbles conocimientos con los que DRYS traducía al Universo, vagando por la oscuridad como otro punto de luz entre las estrellas.

 

 

 

 

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