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Danzón con diva

 

Bailo con mi sombra un martes desde el amanecer

hasta la embocadura con la trama

de esa circunstancia tan gris de mi cumpleaños cincuenta y uno.

Ven para acá, chiquito, me dice buscando una oreja

en la pausa de la seducción,

por qué tan solo.

Ella, la muy amante, diva en mis brazos,

sortea mi talla de rabo verde en ayunas cuando se inserta en cada

fisura de la edad como en el tiempo de un beso más en mis arrugas.

Su lengua me ata. No es de ayer sino de siempre el apego

de esta fidelidad entre su fondo y mi espina por más que su reiteración

anual sedimente la luz de mis fotografías.

Con un pacto de iniciación

bailamos la primera vez en la fuente más lúcida de una fiesta y su fervor

no me deja. Respira desde mi aliento. Se deja ver en cada víspera

con la oportunidad de un ajuste de cuentas mientras se adhiere

a mi presión arterial y en cada veintiocho de sagitario en noviembre

se enreda en mis brazos hasta saciarme. Muchos días de estos, me dice

lamiéndome el cuello con una destreza de medio siglo en el ajo,

¿quieres otro?

 

 

 

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