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Corralito para la espera.

 

 

 

 

Dicen que en las comunidades rurales siempre amanece más temprano, será porque a pesar de todo dios si les ayuda, aunque parezca que a veces ni él se asoma por ahí. Pero la fe de la gente no se quebranta, es lo único seguro a qué aferrarse ante la ausencia total de respuestas terrenales.

         Hace algunos meses que la comunidad ha despertado todos los días con una inquietud constante. En este rincón apartado, donde parecería que el tiempo se detiene, donde el silencio es intenso, donde aún se levanta con sonidos de animales de corral; el manto oscuro de la noche se extiende a sus anchas sobre este pueblo que duerme intranquilo en la zozobra de una inquietud, con la esperanza cada vez más débil, de hallarlos con vida. A veces es tal la desesperanza, que ya con encontrarlos sería suficiente, todo, antes que seguir con la angustia de no saber qué fue de ellos. Estar imaginando cómo la estarán pasando si están vivos. No querer ni pensar cómo la habrán pasado si es que los mataron. Cómo, dónde… dónde están.

         Un día salieron de su pueblo como tantos otros que han tenido que ir a buscarse un patrimonio al otro lado de la frontera norte. Salieron dejando a sus mujeres y a sus hijos, a sus madres y a sus hermanas, a su modo de vida y a su tradición. Salieron para buscarse la vida, pero poniéndola en manos de alguien que les prometió fortuna y seguridad a cambio de una buena cantidad de dinero. Como pudieron lo juntaron, y encomendándose a ellos y a dios, se fueron para no volver más.

         Esa no era la idea, por supuesto, pero algo sucedió en el camino que impidió su llegada al destino acordado. Dicen que se extraviaron en San Luis Potosí, puedo haber sido en cualquier desierto que los dejaran abandonados, pero a Tamaulipas no llegaron. Era por ese lado del país que cruzarían la frontera hacia Estados Unidos. La sospecha más fuerte es que hayan podido ser víctimas de traficantes de personas o de reclutadores de elementos para negocios ilícitos, pero nadie está seguro de nada, sólo que desaparecieron sin dejar huella.

         Está por cumplirse un año de ese suceso, y hasta la fecha no hay investigación que indique ni una pista del paradero de esos diecisiete hombres que tienen a sus mujeres sin saber qué fue de ellos. La comunidad entera está al pendiente buscando información y el apoyo para encontrarlos. Las instituciones implicadas no dan más datos, hablan del extravío en un territorio ajeno al suyo, en tierras donde no tienen autoridad para indagar. No queda más que solicitar el apoyo de las instancias de los estados vecinos y esperar los informes.

         Esperar… esperar… para la espera quizá inútil de las buenas noticias, que en la prolongada espera son ya malas, las mujeres se dedican a la crianza de pollos en corrales para conseguir un sustento económico ante la ausencia del hombre. Esa fue la única respuesta concreta del gobierno: un corral. Los familiares de los desaparecidos ahora si tienen algo en qué ocuparse para procurar su subsistencia a través de los huertos que el Ayuntamiento les otorgó, mientras siguen la búsqueda de los infortunados inmigrantes. Un año es mucho, demasiado tiempo para no saber el paradero de cualquier persona, más todavía si se trata de un hijo, de un esposo, de un hermano o de un padre. Si a eso se le agrega la situación de violencia extrema de la que todos los días se da cuenta puntual en los medios, la angustia se vuelve inaguantable.

         Levantarse todas las mañanas con el ruido de las aves en el corral, que dibujan una rayita más en el plano mental de la cuenta de los días. Agradecer a dios por no saber si las imágenes fatales que se sueñan son un pecado. Borrarlas de un jalón para volver a colocarse la esperanza de que algún día ellos vuelvan a su hogar.

 

 

 

Publicado en el suplemento cultural aQROpolis del periódico

Plaza de Armas, el jueves 24 de marzo de 2011.

 

 

 

 

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