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Como una tarde que ha dejado de pensar en la muerte.

Ciudad de México [1985 – 1986]

 

 

 

(...como una tarde que ha dejado de pensar en la muerte...)

 

 

para teresa vicencio

 

Tus hombros contienen la divisa

del horizonte que sueño,

la blanca sábana con que cubro mi pavor

para poder dormir.

La sonrisa de la luna es el sello que el tiempo

ha tatuado en mi frente.

Como una rebanada de conjuros

que presencian una función de teatro,

como una tempestad de pregones sigilosos,

la noche transita por la alameda del recuerdo.

Tu mirada se prende de la luz

como una gota de rocío que se condensa

en una canción

que nos hace llorar.

 

Una gota de candente ternura

nos incendia el bosque de la memoria.

Un sol mutilado y gimiente

reconoce en el viento a su hijo, ahogado de luceros.

 

Tus ojos son el molde en que han fraguado

crepúsculos que la tarde no recuerda

pero adivina,

peces de incienso

que el silencio lleva en la mano

como un estandarte de hojas secas,

soles ignorados pero gladiolos.

Una marea de búfalos de mármol

sacude las ramas entumidas de la noche.

Una flor de arena abre los ojos a la impudicia,

obliga al mundo a despertarse

ronco animal,

como el trueno entre la lluvia.

Permite que la luz florezca

en el algodón turbio del desamparo.

Atiza las voces del fuego

en que arde el alba.

 

El tunante que se regocija

en mantener a raya la esperanza

ha usurpado la máscara de agua

del destino.

 

No obstante,

los salmones emigran a otros bosques:

abrevan en el cielo que cruzan

embarcaciones sin nombre.

A veces,

uno quisiera mirar el otro lado

del horizonte

atisbar el lado oscuro de los recuerdos,

la mirada ciega de la luna,

los otros ojos de la aurora,

el páramo que cruza la noche

como las comarcas intérminas de un país encantado.

Uno quisiera otear la hora en que zarpan

las aves incrédulas.

Uno imagina que el sol,

en baldaquín de agosto,

ataviado con tarde naolinqueña y sombrero de día de muertos,

bajará hasta nuestra mesa,

que comerá de nuestro cielo y beberá de nuestro vino:

que beberemos con la luna y con las gaviotas

el vino azul de la esperanza,

que beberemos el vino del sol

en la copa de cristal anaranjado del ocaso.

Uno imagina un festín de naipes dulces

y jacarandas.

Comeremos las uvas de copal

que la tarde guarda en su delantal de niebla.

Uno quisiera asomarse por algún balcón del atardecer,

asomarse sobre unos hombros que

(en el abrazo)

nos ponen el horizonte al alcance de un beso.

 

Un lucero inaugura el baile;

como una música tenue y plagada de mariposas.

El viento lleva de la mano a la tristeza,

como a un niño malcriado que ha afrentado

a la aurora.

 

A veces,

uno quisiera abrazarse a un sueño,

como a una tabla que naufraga

a merced de las inclemencias de la pesadilla más hosca.

Uno quisiera mirar sobre sus hombros,

descubrir los ritos que gesticulan

frases de rencor en el fondo nocturno

del silencio más tenue,

los misterios que se debaten y boquean

como peces lúdicos y ebrios,

que saltan desde los dedos de la esperanza.

 

La noche cunde por el viento de tu cabello.

Tu sonrisa atraca en mi horizonte

como una tarde que ha dejado de pensar en la muerte.

 
 
 
 
(...nudo de incendios...)

 

la plegaria

como un nudo de sangre

se extiende por la memoria

incendiando las horas de papel

como la inútil mirada del ahorcado

las manos buscan mirar

cara a cara al viento

en todas las esquinas de la angustia

una máscara se cae

rueda

repta

rodando

cayendo

con un ruido de mil soles aplastados

estrangulados

por las manos furiosas de un ciego

 

la noche es un incendio de obsidiana

que hace un nudo en el viento

sucumbe bajo el peso de una mirada aciaga

se cae

rueda

reptando

incendiándose

en la hora en que zarpan

infelices auroras

como una plegaria atorada en el viento

la noche de obsidiana

se incendia

rodando

reptando

cayendo

hasta un amanecer sin orillas

 

incendio de noche

noche incendiada y atroz

noche incendiando la atroz hora de obsidiana

la sangre es una plegaria

que rueda

cayendo

reptando incendiaria

por los nudos del viento

 

pájaros heridos cruzan las horas nocturnas de papel incendiado

 

viento de pedernal en las horas que la memoria desgarra

obsidiana atroz que incendia la noche

noche de obsidiana e incendio

la angustia sopla un viento de reyerta

cunde en la faz incendiada de la tarde

en los ojos del sueño

que no pudimos contar

 

el viento

como una plegaria

incendiada en la garganta

avasalla la hora en que la luna de obsidiana

cae

rodando

como una moneda de sangre inmisericorde

como una lluvia

de aves nocturnas

de aves incendiadas de plumajes incendiados

desgarrado incendio

atroz reyerta del viento y la memoria

la noche se incendia

como un rencor desnudo

que recorre el mar en que ha tenido su señorío el dolor

 

como un viento de golondrinas que han perdido el rumbo

el viento es una plegaria atorada en la garganta de la tarde

 

horas de papel

horas nocturnas de papel incendiario

papel de horas nocturnas

obsidiana de papel

la memoria se pierde entre el plumaje incendiado de la aurora

 

el recuerdo es un sol de pedernal

que cae

crepuscular incendio

en las horas de papel abrazadas por la angustia

 

sangre incendiada como un nudo en la garganta

garganta que una plegaria de obsidiana incendia

 

el viento arrastra con su escoba aves de plumaje crepuscular

en sus trenzas lleva pedernales incendiados

cunde la rabia

en los ojos abiertos

como bocas

al asombro

cunde un viento de represalia

ahí donde la amargura

ha barbechado un mar de incendios

 

la plegaria

como un nudo del viento

se extiende por la tarde

incendiando la memoria

 

agua incendiada por la mirada aciaga del zopilote

 

mirada incendiada de un ave de obsidiana

la noche es el mar

que surcan infaustos presagios

 

la mar es un espejo en que se mira perpleja la luna

 

la alarma cruza las habitaciones más oscuras

como una plegaria incendiaria que el viento pregona

cae rodando

repta cayendo

como un sol desinflado

por la razón más tonta

se propaga como la peste más tersa

 

viento incendiando la aurora

aurora incendiándose en la faz del viento

amanece el día con una parvada de presagios

atorada en la garganta

 
 
 
(...ojos de gato azul...)

 

para maliyel y domingo

 

La anciana camina embozada

por las calles y fresnos de mi ciudad.

Camina con su capa gris y su cabello cano;

se detiene,

medita,

lame las paredes húmedas de mi ciudad.

 

Recoge murmullos

y masca las hojas secas de un poema.

 

Va calle abajo,

entristeciendo la tarde,

alucinando la jacaranda.

 

Se hace piedra,

se hace sueño,

triste golondrina

bajo el cielo violeta de mi ciudad.

 

La neblina,

envejecida y embozada,

deposita caricias

en el cuello de las araucarias.

 

Arrastra silentes cadenas.

Un gato la presiente. Y la busca

en el fondo dormido de sus ojos azules

de gato dormido

y azul.

 

 

 

 

 

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