Como estaba planeado.
El cuchillo cayó al suelo, Fabiana estaba muerta.
El gesto de orgasmo petrificado en la cara de ella, había ocasionado que Pablo finalmente lograra una erección.
Germán se aferró al mango del cuchillo con la mano temblorosa. Cómo podía estar muerta. Ya no podría atravesarle el corazón en el momento justo para congelar el rictus de “mal cogida”, y lograr de esa manera que Pablo recordara por siempre el rostro insatisfecho y frígido de su amante.
Ahora no podría tampoco amenazarlo a él con un cuchillo ensangrentado y hacerlo salir corriendo y bajar las escaleras hasta el primer piso, verlo huir del edificio completamente desnudo y sin excusas. Escuchar los gritos de indignación de las mujeres en la calle.
Si sólo su esposa no hubiese abierto los ojos en el momento en que Germán levantaba el cuchillo sobre ella, su corazón no se habría detenido repentinamente capturando ese gesto de terror tan parecido al del orgasmo. Entonces él estaría sosteniendo un arma manchada de sangre y no este ridículo cuchillo pulcramente plateado. Este imbécil de Pablo, ni siquiera se ha dado cuenta de que le hace el amor a una muerta.
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