Color ceniza
Después de veinte minutos de viajar en aeromóvil, por fin llegamos al Tepozteco. Bajamos poco a poco, haciendo ceder los propulsores hasta llegar a un valle escondido entre la maleza. Cuando nuestros pies color ceniza tocaron por primera vez la tierra, nos volteamos a ver desconcertados, nos percatamos de que estábamos a punto de entrar a un mundo completamente desconocido. Tantos árboles, tanto verde era inconcebible.
Después de haber hurgado los rincones de aquellas ruinas atrapadas por la maleza, hicimos un pequeño círculo entre los siete y nos olvidamos de que en unos momentos, justo antes del atardecer, nuestros cuerpos antes color ceniza, se irían empezando a tornasolar hacia el índigo. Cerramos nuestra visión externa, tratamos de no pensar en nuestras caras lisas y electrizantes, ni en nuestras manos agudas y delicadas. Concentramos nuestros sentidos en la materialización de una esfera que se formaba justo en el centro de nosotros y a la altura de nuestras cabezas. Al principio la esfera parecía el haz de luz del pensamiento de un bebé, pero mientras más concentración lográbamos, la esfera tomó paulatinamente el tamaño del haz de luz un anciano.
Nuestros cerebros intercambiaban mensajes intensos y empecé a sentirme confundida. ¿Realmente lograríamos viajar al pasado y por fin conocer más sobre lo que fuimos? O por lo menos ¿seríamos capaces de lograr una comunicación con los que vivieron allí hace al menos un milenio? Mi pensamiento se vio interrumpido mucho antes de llegar a tener una respuesta: Amirka, ¿otra vez con esos pensamientos?, así no lograremos la concentración necesaria. Detente ya. Está bien, volví a pensar, si ya llegué hasta aquí es porque yo misma deseo hacer muchas preguntas al hombre que nos espera en el pasado. De acuerdo, ahora, concéntrate. Volvimos a reforzar la red de corrientes eléctricas que corrían de unas cabezas a otras y a su vez, todas hacia la brillante esfera. Y entonces, una imagen a penas perceptible se formó ahí dentro: siete figuras humanas en contemplación, formaban un círculo como nosotros. Supuse que eran humanas por la forma de sus cuerpos, pero hubo algo que no pude comprender: tenían sobre su cara varios orificios de distintas formas y además, una especie de alfombra sobre la cabeza y un poco sobre la cara. Estuve a punto de pensar en voz alta: ¡Qué es esto!, pero me contuve, me percaté de que si distraía a mis compañeros podríamos perder la imagen.
Recuerden que para la percepción de la Otra Realidad se necesita “esto” para el iniciado, una vez que la Otra Realidad deja de ofender a nuestros sentidos y a nuestra razón, ya no será necesario. A continuación, el chamán nos repartió varios puños de esos pequeños hongos color verde luciérnaga y dijo: coman poco a poco para que encuentren su propia dosis. Lo obedecimos, solemnes y mientras comíamos muy despacio, nos fuimos olvidando de los demás. En diferentes tiempos cerramos los ojos. Vi cómo mi visión interna se llenaba de un juego de colores y decidí compararla con la externa. Todos nos veíamos sin comprender aún lo que nos sucedería. Cuando deseen pueden dispersarse para explorar su viaje individual sin distracción. Yo fui el primero en seguir la sugerencia. Me sentí preparado para comenzar mi búsqueda, ya que para eso había llegado hasta ahí y había planeado tanto tiempo esta excursión. Abrir una puerta era lo único que me interesaba. Así que caminé hacia un paraje místico que descubrí desde el principio. Los árboles que me encontraba en el camino me extendían sus brazos como si hicieran reverencias. Empezaron a caer gotas gruesas de lluvia soleada, vi cómo chocaban los goterones contra mi piel y al instante se convertían en pequeños charcos de colores sobre mi cuerpo. Volteé a todos lados para ver si alguien se percataba de aquello que me sucedía, pero los demás habían quedado muy lejos, a penas alcanzaba a ver que se habían dispersado, cada uno tomaba su lugar encima de una roca grande y plana. Caminé hasta llegar a la Gran Grieta y me introduje en ella, al meter mis pies en el agua vi que se convertían en líquido, al igual que mis piernas y luego el resto de mi cuerpo. Me escurrí a través de la Gran Grieta para finalmente quedar fuera de ella y salir por el otro lado. Mi cuerpo se volvió firme otra vez y continué mi camino. En un pequeño claro vi una esfera de luz del tamaño de una cabeza y avancé hacia ella sin pensarlo. Cuando mi mano se encontró a un metro de tocarla, una barrera invisible me impidió hacerlo. Primero empujé, creyendo que lograría traspasarla, pero cuando vi que no era posible, quise averiguar su tamaño, tocándola al caminar como un mimo que trata de definir un enorme cilindro.
Vimos cómo se dispersaron esas personas y caminaban hacia rumbos distintos. No sé si mis compañeros se dieron cuenta desde el principio, pero yo me percaté enseguida que uno de los hombres caminaba hacia nosotros; su posición inicial no era muy lejana de donde nos encontrábamos. Desde que él se levantó y empezó a caminar, yo le decía: Hacia la Gran Grieta, hacia la Gran Grieta, por ahí, avanza, no, a la derecha, por ahí no, más adelante. Cuando traspasó la grieta con una rapidez que no había mostrado antes, y llegó cerca del claro donde nos encontramos nosotros, le insistí, casi gritando para que me pudiera escuchar: Mira frente a ti, observa la esfera brillante, acércate a nosotros. Vamos, sé que me escuchas. Sentí que era como un simple juego virtual al que sólo es suficiente con lanzarle órdenes para que suceda lo que uno quiere. Él me obedeció en todo momento y tal vez por eso me desilusioné cuando vi que no pudo atravesar la puerta por la que podría llegar hasta nosotros. Por eso se me salió pensar: ¡Utiliza tu mente, empujando con las manos nunca serás capaz de abrir la puerta! ¡Qué hombre tan extraño, ahora entiendo por qué ha sido imposible la comunicación con ustedes! Y otra vez surgió de mis compañeros un regaño, pero por lo concentrada que estaba no supe quién fue: ¡Amirka, ¿otra vez tú?! ¡Vas a hacer que perdamos la señal! Intenta hacerle entender dónde está la puerta y cómo debe abrirla. A ti te escucha mejor. Tenían razón, no podía arruinar todo el camino que llevábamos recorrido. Traté de concentrarme otra vez: ¡Por favor, utiliza tu mente, no tu cuerpo! Como me percaté de que el hombre no comprendía cómo había que usar la mente, intenté explicárselo desde el principio como le hacemos con un bebé. Primero mantente quieto, apoya bien tu cuerpo sobre el suelo, encuentra una posición erguida pero natural. Muy bien, ahora, fija tu pensamiento en la esfera, concéntrate. ¡Así!, ¡Este hombre aprende muy rápido!
No sé por qué, cuando me di cuenta de que no podía llegar hasta la esfera, me quedé estático, pensé: tengo que atravesar la barrera, concéntrate. Entonces me sentí como un súper héroe e imaginé que tenía una visión láser para delinear una puerta invisible dentro de la invisibilidad que me impedía adentrarme en el cilindro. Me sentí bastante satisfecho del poder infinito de mi mente en ese estado al percatarme que la puerta se abría. Di un paso hacia el interior, al principio no vi nada. Giré en todas las direcciones para ver si percibía algo distinto, era exactamente lo mismo a estar afuera, sólo que un paso más adelante. La esfera seguía frente a mí. Quise tocarla, pero me dio miedo, un retortijón en el estómago me detuvo, a lo lejos la Gran Grieta se había iluminado por el sol que ya se empezaba a colar entre las nubes, fue como una señal, me sentí con cierto poder, estiré la mano y la extendí sobre la esfera como si fuera una bola mágica, de esas para ver el futuro. De pronto sentí que había más personas conmigo. Enseguida aparecieron unos rayos de electricidad que surgían de la esfera y se interconectaban a las cabezas de unos seres que se encontraban alrededor. Cuando los pude ver con mayor claridad supe que por fin había logrado abrir una puerta. Permanecieron en silencio y sin moverse, sentí una fuerza que descargaban sobre mí, aunque no podía saber si me miraban puesto que no tenían ojos ni ningún orificio o protuberancia en la cara, estaban desnudos y eran de una electricidad platinada de principio a fin. En ese instante el estómago se me carcomió en una descarga: ¡son extraterrestres, ¿qué quieren de mí?! No somos extraterrestres, vivimos en el mismo planeta. No tengas miedo, sólo queremos conocerte --resonó una voz femenina en mi pensamiento-- esperábamos hace mucho tiempo poder comunicarnos contigo. El miedo, que ya me aprisionaba, se multiplicó. Di un paso hacia atrás soltando así la esfera luminosa, vi cómo la puerta se cerró de un golpe y me quedaba solo otra vez frente a ella. Corrí, recorrí en muy poco tiempo el camino de regreso, hasta donde estaban los demás, cada uno recostado plácidamente sobre su roca. Los asusté con mis gritos, los hice correr tras de mí hasta donde estaba la esfera. Se las mostré, la señalé, me acerqué lo más que pude. La puerta ya no se abrió. Ellos no vieron nada, todos pensaron que lo había imaginado. Nadie me creyó. Vi cómo el chamán se alejó de nosotros lentamente atravesando la Gran Grieta y ya no lo encontramos. Varios años después volví a aquel sitio, arrastrado por la curiosidad. Encontré el pequeño valle donde había visto la esfera. Ahora sólo había siete manchas color ceniza que formaban un círculo en el suelo.
Yo era muy joven cuando hicimos esa excursión. Me afectó mucho que el contacto con nuestros ancestros hubiera fracasado. De cualquier forma estoy satisfecha, esa ocasión fue cuando más cerca estuvimos de tener comunicación con ellos. Y si aún no hemos llegado más lejos es porque el miedo a lo desconocido, característico de los hombres del pasado, nos lo ha impedido.