Cinco
El día que me entregaron mis calificaciones estaba segura de que mi pleito con la maestra de biología me llevaría a una nota más baja de lo normal, pero nunca pensé que a una materia reprobada. Cuando recibí la boleta que tenía que regresar firmada por mis padres al día siguiente sentí un nudo en la garganta y un escalofrío: el 5 estaba marcado en rojo justo al centro de la boleta, pidiendo a gritos un castigo eterno. En ese momento pasó la vida de mis hermanos delante de mis ojos, yo jamás había reprobado nada, me sentía mal por un 8, ellos por su parte estaban constantemente en el filo entre la expulsión o repetir un año; así que visualicé en unos segundos todos los discursos que mis padres les habían dado: desde el clásico: “yo jamás saqué una mala calificación”, hasta el profético “el verano estarás de cerillo en la comer para que veas lo que pasa cuando no estudias”.
El resto del día lo pasé bromeando con mis amigos y fingiendo alegría y despreocupación: acababa de demostrarles que yo era una persona normal que podía reprobar, y mejor aún que no era la clásica matada que lloraba con una baja calificación y le rogaba al maestro por unos míseros puntos. Por supuesto que yo no era esa clase de matada, yo era la clase de matada que no necesitaba jamás rogarle a un maestro, o para el caso estudiar para un examen o terminar la tarea en la casa. Podía hacer la tarea en la escuela, minutos antes de que llegara el maestro y cantinflear en cualquier examen, lo suficiente para obtener siempre una buena calificación. A eso le agregaba que solía participar (más por que no puedo quedarme callada que por cualquier otra cosa) y con eso tenía a los maestros dándome puntos extras por participación.
Pero no la de biología, era la bruja más grande que había pisado la escuela y si no le pedía un punto extra, por lo menos para cambiar el color del número en la boleta, no era porque me pareciera gracioso reprobar, era por que mi orgullo me lo impedía. Todo el mes había tenido que soportar su voz chillante, sus dientes chuecos, su cabeza de boiler recién explotado y sus trajes fuera de época. Había logrado que en su clase mis pocas participaciones fueran sarcásticas y que en el examen no supiera nada, porque ella no había enseñado nada. No era mi culpa, era claro que ella era la causante de que ese 5 me estuviera torturando. Pero mis padres no eran los clásicos padres modernos que demandan al maestro con los derechos humanos cada que el pequeño reprueba por su “déficit de atención” “hiperactividad crónica aguda” “autoestima a causa de divorcio” y otros pretextos, el maestro no te reprobó, tu reprobaste y tu tienes que hacer algo por mejorar esa calificación.
Llegué a mi casa con la esperanza de que mis padres no estuvieran aun. No los vi y me sentí aliviada por unos momentos, sabía que la hora tendría que llegar, pero al menos ahora tendría tiempo de pensar en un buen pretexto o por lo menos en algún trueque para cualquier castigo medieval que tuvieran en mente. Claro, toda la tarde estuve pensando en castigos medievales y no se me ocurrió nada inteligente que decir para cuando ellos llegaran.
Estaba pensando en 25 formas de utilizar el agua mineral en la tortura china cuando el ruido de la cochera me indicó que mis padres habían llegado a casa. Con un súbito incremento en mi ritmo cardíaco tuve una idea brillante: corrí al cuarto de mis padres, dejé la boleta sobre su cama, y corrí a mi cuarto a “dormir” si mañana se me “hacía tarde” no tendrían tiempo para regañarme y yo llevaría la boleta firmada sin mayor problema. Claro que a las 6 de la tarde era poco probable que creyeran en mi repentino aumento de sueño, pero no se me ocurría nada mejor, así que me puse la pijama a toda velocidad y me metí en la cama. Escuché la puerta de la casa y me cubrí la cara con las sábanas durante el minuto eterno que tardaron en subir los escalones y descubrir la boleta sobre su cama.
Escuché la puerta de mi cuarto mientras se abría y sentí la luz cuando la prendieron. Por alguna razón no creyeron que estuviera dormida, tuve que pararme y caminar hasta su cuarto ya con las lágrimas escurriendo hasta el piso. “¿Qué pasó?” me preguntaron. Tras trabarme varias veces logré decirles lo que pensaba de la maestra, a excepción de la parte en la que la llamaba bruja y cosas peores, a lo que me dijeron, con bastante más tranquilidad de la que esperaba, que si me ponía en contra de un maestro tenía que ser más lista que el o llevaba las de perder, sin importar quien tuviera la razón.
El sermón de responsabilidades fue bastante más corto de lo que esperaba, aunque no me decepcionaron: por más que intenté explicarles jamás aceptaron que la maestra tuviera la culpa. Agregaron que esperaban que fuera la última vez y me dejaron ir a dormir sin mayor trámite. Sin castigo, sin tortura china, sin sermón eterno. Me fui a mi cuarto sin estar segura de que era lo que había pasado y temiendo que en cualquier momento se arrepintieran y me mandaran a un calabozo el resto del ciclo escolar. Acabé el año y el resto de la secundaria sin saber nada de biología salvo su relación con la brujería y la terrible capacidad de tortura de mi propia mente.