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Chiapas: susurro del agua

 

 

Chiapas. Agua que corre. Montes que se dibujan en la niebla. Tejados emergiendo por todas partes. Torre de Babel: surge la palabra como en espiral. Máscaras negras, la fe en la selva. Naturaleza emerge caprichosa de cualquier rincón. Silencio, música: diálogo de corazones abiertos.

Fue llegar a un pedazo de mi tierra, de México, completamente desconocido y nuevo. Fueron sólo diez días, pero suficientes para apenas bosquejar lo que es Chiapas. Una tierra donde el pasado es presente y todo fluye en espiral. El viaje empezó siendo una idea, a y como todas las ideas, fue germinando hasta brotar y surgir a la superficie. Mi hermana quería ir como voluntaria con los leñateros, un grupo de artistas de San Cristóbal. Ellos le propusieron que mejor fuera a darles un curso para desarrollar carteles, por su treinta y cinco aniversario.

Llegamos a San Cristóbal de las Casas. Un cielo tupido de tejas, de iglesias que cortan el cielo con sus campanarios. Una ciudad donde la palabra surge en muchas formas: chol, tojolabal, tzeltal, tzotzil, mame, lacandón y zoque; castellano, francés, italiano, inglés y muchas otras lenguas extranjeras. Zócalos donde las mujeres se sientan a vender sus artesanías vestidas con sus trajes típicos. Las chamulas con sus faldas negras y sus blusones tejidos de diferentes colores; las zinacantecas con sus vestidos bordados con flores. En el mercado suena el cacareo de las gallinas que son llevadas de cabeza y se encuentran los  tamales de bola y hoja de plátano, los granos de café y el chocolate en barra, las frutas y verduras que se alzan en forma de pirámide. Los niños no se cansan de ofrecer sus collares o los pequeños animales de barro a los turistas. Hay perros flacos dormidos en las aceras.

 Una ciudad de artistas. Notas musicales avanzan en caracol haciendo que los caminantes se detengan. Un escritor busca las palabras en el fondo de su taza de café. Tiendas de máscaras, artesanías, postales, fotografías de rostros eternizándose. Establecimientos de cine independiente muestran películas de arte y documentales. Bares, cafés y restaurantes son un mosaico cultural. El pan delicioso del rincón francés en la calle Real de Guadalupe, el  bar Revolución y su diversidad musical, el restaurante Tierra adentro y su venta de artesanías de los zapatistas para colaborar con la causa. Una ciudad donde el color está en todas partes: en las casas, en los vestidos de las mujeres, en la diversidad de razas, en la vegetación y  en los atardeceres.

  Los leñateros. Un colectivo de artistas mayas de San Cristóbal, creado por la poeta Ambar Past en 1975, que justo cumplió treinta y cinco años. Un taller de creación que imprime libros —escritos, ilustrados y encuadernados— con papel manufacturado ahí mismo. Su objetivo: enaltecer y difundir los valores culturales autóctonos y populares: la literatura en idiomas indígenas, las artes plásticas, el códice pintado. “Jk’upintik  ta Vinajel: nos enamoramos aquí en el cielo”. “Li vo’one li ich’ulele pepen: mi nagual es una mariposa”. Un taller ecológico que recicla y reutiliza desperdicios agrícolas e industriales para transformarlos en arte. “La materia prima de los sueños es casi siempre algo que ya no sirve”: Ambar Past. Pero más allá de todo son un grupo de mujeres y hombres. Mujeres que luchan por mantener a sus hijos y se entregan al trabajo. Mujeres solas. Hombres con manos capaces de crear. Mujeres y hombres reales, tangibles, que tienen nombres, historias y una vida llena de recuerdos y deseos.

   Doña Petra, Doña Julia, Mari, Don Pedro y muchos otros con los que tuvimos la fortuna de coincidir en un espacio y un tiempo. Durante siete días, ellos nos revelaron como en fotografía, de manera instantánea: su vida. Fue un tiempo de compartir. Nos enseñaron las técnicas de manufactura del papel, la serigrafía, y nos platicaron sobre lo que hacen. Nosotros los hicimos reflexionar acerca de su grupo. ¿Cómo surgieron? ¿Qué han logrado? ¿Hacia dónde van? Sus relaciones. Sus posibles mejoras. Todo a través de diferentes dinámicas.

El producto del curso fue la creación de un cartel hecho y pensado por todos. Después de muchas ideas, se acordó hacer un árbol, en honor al aguacate que había sido sembrado hace treinta y cinco años y que ahora abarca toda la fachada del taller. En sus hojas se pondrían los diferente frutos de los leñateros, como: “Conjuros y ebriedades cantos de mujeres mayas”, “Libro máscara”, “Bolom Chon”. También, decidieron hacer una  caricatura de cada uno para ponerlas abajo del árbol. El cartel quedó terminado.

    Conocimos más de cerca el movimiento zapatista. Una tierra de revolución. Revolución que no duerme y sigue luchando por “un mundo donde quepan todos los mundos”.  El  EZLN. Una lucha que ya no se menciona mucho en el resto de México, pero que es visitada por gente de todos los países. Un movimiento que no busca imponerse y derrocar al poder existente, que ha dejado de esperar el reconocimiento de “los malos gobiernos” —como ellos los llaman— y se ha organizado en caracoles. Los idiomas mayas en él se conservan y se estudian. Los indígenas de Chiapas en él pueden vivir mejor. Mujeres y hombres se resisten y se rebelan en contra de las injusticias, a pesar de ser perseguidos por los grupos paramilitares por el ejército y por el gobierno. Un movimiento de esperanza, de cambio. Una rebelión contra la globalización que busca mimetizar y borrar las culturas del mundo. Un movimiento para todos los hombres: los débiles, los desprotegidos, los niños, las mujeres, los ancianos.

 

Descubrimos ruinas donde el pasado coexiste con el presente y la vegetación surge caprichosa. Chincultik: “pozo escalonado”, zona arqueológica con una excepcional vista. Yaxchilán: una ciudad perdida en la jungla a orillas del río Usumacinta y habitada por las voces de los saraguatos, que se parecen a las voces de las panteras. Palenque: la imponente ciudad de construcciones alojadas en medio de una vasta vegetación, donde, de vez en cuando, también se dejan ver los saraguatos. Los mayas desaparecieron pero siguen vivos en los restos que nos sirven para imaginar su esplendor.

    Fue un encuentro mágico con la naturaleza. Una región de lagos que aparece en medio de la vegetación: las lagunas de Montebello. Lagunas interminables que aparecen  pintando el paisaje de esmeralda, jade, turquesa y color tierra. Un paisaje que me fue  absorbiendo, como si me diluyeras en un estado hipnótico. Es imposible no sumergirse en esas aguas que emergen de un paisaje fuera de los confines de esta tierra. Las nubes: centro ecoturístico donde el agua corre, baja y se eleva en partículas de vapor. Al dormir, uno se duerme con el susurro constante del agua, canción que flota en el aire.

 

Un viaje, una trayectoria, una experiencia de dos hermanas en esa tierra de agua, en ese rincón de México donde la cultura de los pueblos indígenas se mantiene completamente viva. Una oportunidad para conocer la historia, los sueños y las necesidades de los leñateros; para descubrir en el movimiento zapatista la revolución silenciosa que sigue luchando por todos los oprimidos del mundo, y sobre todo de México. Poder disfrutar de los paisajes oníricos y el susurro del agua. Viajar a un lugar inolvidable que invita a un nuevo viaje.

 

 

 

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