Échale más ganas
–Oye, ¿no te la puedes quitar y dejármela? –.
No es la primera vez que me la pide. Eso de andarnos besuqueando y abrazando frente a los demás presos no es de mi agrado, pero todo compensa estar con él.
–No, hasta que te la ganes – le digo, juguetona. Y como creo que le faltan varios meses para salir, evito tener que comprar otras. Lo conocí porque vine a ver a mi hermano, que me lo presentó. Salió mi hermano pero yo seguí yendo.
Nos volvemos a besar. Me dice que le gusta así como la traigo, sucia. Si, es un cochino, tremendo distribuidor de droga y ladrón, pero es como me gusta. Hasta me hace temblar cuando se me acerca. Alto, con los músculos tatuados forrados en piel canela, delgadita, sus ojos morenos son cariñosos y amenazadores.
–Ándale, que te quiero recordar –.
–No –. Algo debo dejar para el gran agarre que nos daremos cuando salga.
No me importa haberlo visto con otras viejas. Una de ellas, supongo, es su esposita, esa que le está pagando su fianza. Mensa ella, con un hijo chiquito, no sabe que este cabrón a quien desea es a mí. Incluyendo lo que traigo puesto.
Caminamos entre otras visitas, me despide con otro beso que incluye una mordida suavecita a mi lengua, yo le correspondo igual. Volando de la cabeza pal cielo, me voy a casa, a esperar que sea día de visita otra vez.
A los dos días me habla.
–Ya salí, me ayudaron con la fianza.
Madre santa, ¡y va a venir a verme!
Horas después está en mi casa, listo para que terminemos lo que empezamos. Lo bueno es que mi hijo anda trabajando al otro lado de la ciudad.
Lo paso, medio platicamos y empezamos con los arrumacos, los chupetes, otro mordisco, yo igual. Nos vamos desvistiendo. Yo primero me quito blusa y brasier. Me pellizca suavemente la cintura, le agarro el cuero del brazo y lo levanto, me muerde un pezón, le abro de un tirón el pantalón que le queda suelto. No, no trae calzoncillo, como si le hicieran falta, pero se bañó antes de verme. Su pene está tan erecto que apunta en un arco a su abdomen. Así quería yo verlo. Me desabrocho y bajo los pantaloncitos cortos con todo y tanga.
Con nuestros cuerpos encimados, mis uñas largas inician recorridos feroces por su espalda, él se alienta a morderme una oreja, luego me penetra con tanta fuerza que me quita el aliento. Lo hace con gran fuerza, aunque rápido llega al orgasmo.
–¿Qué, me la gané? – me dice después de que reposamos un rato.
–No, tendremos que practicar más. Échale más ganas, corazón, mañana te espero.
Ese mañana no me habla. Dos días después le hablo al número del que me marcó. Me contesta una voz de mujer joven, con un fondo de niño llorón. Me lleva la chingada, está con su vieja. Cuelgo sin hablar.
–¿Nos vemos en tu casa? –, me habla a la semana.
No puedo decirle que no. Está pendiente, siempre quedo tan pendiente de él que aunque me dé coraje que esté con su vieja. Me aliviana pensar que fue ella y no yo la que lo sacó, la que gastó el dinero para llevárselo a su casa. Lo que no sabe es que también a mí me tocó ganar.
Llega a mi casa de noche. Casi no hablamos. En la salita nos quitamos la ropa después de habernos mordido los labios. Me rasguña la espalda, yo también. Me muerde los brazos, suave, yo me voy a sus nalgas. Otra vez su pene es una flecha directo a su barbilla, Dios. Lo tomo y con los dientes rodeo su glande como si lo fuera a arrancar, son puras probaditas de su miel salada. El me retuerce los pezones con sus callosas manos y yo contengo el dolor, pero mi placer lo acompaña. Sé que me quiere penetrar pero con un gesto lo contengo, ahora lo acuesto y me le subo. Con las piernas dobladas, froto mis labios y vulva sobre su hinchado miembro, es placer adelantado. El me suelta una cachetada que me hace querer regresársela con todo y uñas.
–La cara no –me dice deteniéndome la mano, y pienso que este desgraciado se quiere ocultar de la otra. Mis uñas recorren entonces su plexo solar, se traen arrugaditos los restos de piel que lo cubren, con todo y el tatuaje de león azul. Ahora sí estamos parejos, el placer me invade y me levanto un poco para encajarme en él. Me muevo lenta, pausadamente mientras permito que me muerda las manos, yo me inclino sobre él y agarro su oreja con los dientes, quisiera arrancarle un pedazo, nomás se la lleno de saliva.
Mi orgasmo se apodera de mí, bailo acompasada sobre su cuerpo mientras él se aferra a mis caderas, me encaja las uñas cortas en las nalgas. Esto sí que es vida.
–¿Qué, ya me la gané? – me ve satisfecho a los ojos.
Recojo mis pantalones del piso, les meto la mano y saco unos hilitos rojos adheridos a un triángulo. Se la doy.
Nunca regresaría, pero eso ya lo sabía.
Relato publicado en el libro “De tejidos marítimos, viudas y tangas. Relatos”. Querétaro 2013.
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