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El corazón de los ciruelos.

 

 

 

 

Antes de que los pinos, las sequoias y los olmos colmaran de tonos esmeraldas el horizonte y cuando el caudal de los ríos que nutren este sitio apenas alcanzaba a llenar un cuenco, existió Althea, una pradera de pastos cortos, veredas cenicientas y pequeñas lomas. Sus días eran terriblemente soleados y bochornosos mientras que sus noches transcurrían heladas y quietas con corrientes que quemaban la piel al acariciarla y sus estrellas apenas palpitaban en el firmamento. Dicen que cuando se creó el mundo, los ángeles descendieron a la superficie y sembraron todo lo que dios decía que era bueno y prodigioso, pero lo que hoy conocemos como titánico e imponente bosque de Althea tuvo un inicio menos divino.

     No se trataba de un caballero galante, mucho menos una persona segura de sí misma, pero había llegado lo suficientemente lejos como para detenerse antes de poder hurtar lo único que alguna vez anheló. Delineó el contorno de su cabello castaño y continuó la línea imaginaria hasta toparse el semblante que dibujaba un rostro sereno y amable, ella colocó la ciruela cerca de sus labios y con delicadeza desgarró el fruto. El chico sintió cómo el tiempo se consumía más aprisa, nunca en sus 16 años de vida sintió tanto apremio por ser un hombre valiente. Se acercó a ella tal vez para sonreírle, tal vez para besarla, sus acciones dependían totalmente de la manera en que ella respondiera. La ciruela cayó al suelo y con el tiempo la carne amarilla y brillante del fruto se fue desgastando y perdió su color. Al igual que las criaturas vivientes el tiempo erosionó su aspecto y la naturaleza arropó al corazón de la ciruela con polvo y tierra.

     De la misma forma en la que un cuerpo indefenso se nutre de otro y lo llama madre, la ciruela se alimentó de la tierra del cielo y de las lluvias hasta que con el tiempo, como nace el amor en los corazones honestos, la semilla eclosionó en una explosión de pétalos carmesíes que aleteaban como mariposas al ser mecidas por las corrientes cálidas de la primavera. Llegaron así cientos de amaneceres y puestas de sol, cada brisa trajo consigo abejas cargadas de polen de distintas orillas del mundo y semillas de árboles fuertes. Alisos, helechos, setas gigantescas, algarrobos, hierbajos, orquídeas, olmos, pinos, sequoias y algunas dalias comenzaron a nacer alrededor del ciruelo, convirtiéndolo en un cuerpo cada vez más grande que poco a poco llenó el viejo las praderas de las cenizas y la convirtió en una masa verde resplandeciente donde las aves habían anidado y las luciérnagas palpitaban luz en el aire. Sus veredas se formaron delicadas como venas que llegaban hasta el ciruelo y los ríos que nacían del suelo estaban llenos de piedras pálidas y peces tornasolados.

    Pasaron varios años y como en todos los bosques jóvenes, de las entrañas de Althea nacieron cuatro criaturas particulares, Thunnen cabeza de calamar; guardían de los lagos y los ríos, una criatura pequeña y rechoncha con ojos grandes, alargados y oscuros como el ónix, tenía unos pequeños dedos alargados que en algún momento serían unas garras temibles pero en esa etapa joven de su vida parecían más salchichas que espolones, tenía el rostro lleno de tentáculos que colgaba de él como si fueran barbas y en vez de patas tenía una enorme aleta para recorrer el bosque de extremo a extremo y merodear en el lago. Rea la  guardiana de las plantas, las flores y los árboles era una criatura encantadora no poseía una forma física consistente como los humanos o los animales , era una figura que se desplazaba entre la tierra y las raíces de los árboles, cuando debía mostrarse las flores, las ramas y las raíces se levantaban del suelo y dibujaban la silueta de una niña, no se mostraba un rostro, pero las facciones más delicadas se podían apreciar al ver la naturaleza con detenimiento, no tenía piel pero su superficie era tersa formada por cientos de pétalos de colores, no tenía huesos pero su cuerpo se erguía con la fuerza de las ramas que nacían del suelo y sus cabellos estaban formados de helechos, hojas y más flores. Opa, cabeza de zorro era un animal pequeño con orejas alargadas para percibir los sonidos, ojos vivaces para detectar los movimientos, nariz afilada para apreciar las esencias, colmillos afilados y pelaje rojo por que básicamente Opa era un cánido, pero no un animal cualquiera. Parecía un zorro de los pies a la cabeza, pero tenía dos cualidades extremadamente raras, la primera era una cornamenta que nacía como un par de ramas en cada extremo de su cabeza y la segunda era que al ser guardián de las criaturas del bosque Opa siempre estaba rodeado por mariposas de colores, insectos y aves que se postraban en sus cuernos. De entre todos los zorros que pueden vivir en un bosque Opa alcanzaría el mayor tamaño, las mandíbulas más fuertes y el corazón más salvaje, pero en ese momento el zorro apenas era un cachorro y sus cuernos eran como dos ramitas de arce. El ultimo guardián del bosque de Althea probablemente sea el ser menos incomprensible de todos, hasta donde mi experiencia me ha dejado entender en mis recorridos diarios por sus veredas nunca he podido verle mas, sé que ella custodia todos los rincones del bosque, Diin  la que recoge el polen, no tiene una forma, pero es perceptible en su forma natural. La llaman la princesa de las corrientes de aire, es el viento que respiran los animales y el sonido que hacen todas las criaturas.

   Cuando el bosque aún era joven, el ciruelo se había convertido en su corazón, a menudo daba frutos deliciosos, sus ramas frondosas daban una refrescante sombra y el olor de sus flores impregnaba el ambiente, a su alrededor crecían flores, nubes, setas, estrellas y sueños. Durante un día de primavera, una protuberancia extraña y afilada que desgarró el manto de las corrientes de viento que Diin paseaba por el centro del bosque llevando un cúmulo de polvillo y polen que brillaba en el aire. Esto llamó la atención de los guardianes, de inmediato Rea palpó la afilada espina y se dio cuenta que estaba bien afianzada al corazón del ciruelo, analizó el problema de distintos puntos de vista, intentó curar la herida con sabia y algas, pero la espina seguía bien afianzada, decidió dejar tranquilo al ciruelo aunque le perturbaba la idea de saberlo herido, prefirió esperar a que el tiempo secara el problema. No pasó ni siquiera una luna llena para cuando las espinas habían invadido todo el bosque, estaban entre las ramas y los arbustos, entre los caminos y las veredas, recorrían el río y floraban en el lago. Los guardianes se dieron cuenta que el problema se había vuelto más grande, Diin intentó atravesar el laberinto de espinas desde adentro, pero sus afiladas puntas disipaban las corrientes de aire. Las espinas impedían comer a los animales y el bosque comenzó a morir.

     Rea buscó en los límites del bosque la bruja de las cenizas grises, una mujer terrible y arrogante, pero muy sabia y sensata, la anciana tomó un racimo de espinas y le dijo a las criaturas que las espinas eran un mal y que el mal debía ser quemado. Los guardianes se lo pensaron mucho tiempo y convinieron que no había ningún mal tan grande como para arriesgarse a incendiar las espinas y quemar al ciruelo, al contrario la astucia de Opa lo llevó a internarse entre las afiladas plantas y buscar el corazón de las espinas, se coló entre el mar de punzones con agilidad y gracia, pero los caminos se hacían más angostos y sinuosos, pronto sus orejas y sus patas estaban sangrando. Opa la mordió con fuerza y tiró de ella con todas sus fuerzas, recargó su ornamenta y sus patas contra la base del ciruelo y tiró con más fuerza, apretó los dientes atravesando la espina y empujó hacia atrás, de pronto la espina comenzó a salir y un tronido retumbó en el ambiente, las ramificaciones que dominaban el bosque se secaron y un torbellino de Diin las disipo entre la hojarasca del suelo. Cuando el panorama se aclaró a un lado del ciruelo, estaba Opa con sus cuernos rotos.

 

No pasaron muchos amaneceres cuando el ciruelo enfermó de nuevo, esta vez emanando un líquido oscuro y viscoso que empapaba todo a su paso y lo volvía pegajoso, Rea, Diin y el débil guardián de los animales intentaron sin éxito limpiar al bosque de la terrible marea negra, pero quedaron apelmazados en un cúmulo de pus negra, las corrientes de aire se detuvieron y el bosque se estancó, eclipsando cualquier posibilidad de lluvia. De entre las aguas emergió Thunnen cabeza de calamar y arrastrando su cuerpo entre las viscosidades del bosque llegó hasta el ciruelo miró a su alrededor y contempló con tristeza que la foresta estaba muriendo, la vieja bruja de las cenizas grises le dijo que el ciruelo debía morir, pero a Thunnen le aterraba la idea, moviendo sus tentáculos comenzó a generar la música de las criaturas del mar, parecidas a los cantos de las sirenas y el agua de los ríos y el lago empezaron a recorrer todas las veredas y los caminos, escurrió en cada rincón, cada madriguera y cada copa de árbol hasta que por fin, después de muchas lunas el bosque quedó limpio de la suciedad. Cuando los demás guardianes despertaron Thunnen estaba en el suelo esforzándose por respirar, ya no había más lagos en el bosque y todos los peces estaban muriendo.

     Después de eso, el ciruelo apenas regalaba un puñado de flores y sus frutos se habían vuelto amargos, aun así permanecía rodeado de sequoias, pinos y olmos más grandes y fuertes que él, a los guardianes no les importaba, el corazón del bosque se había vuelto una naturaleza muerta de la que aún se tenían esperanzas de florecimiento. En la parte oeste del bosque abajo y a la izquierda, el rey de los lagos se había hecho pequeño y cabía en un cuenco, descansaba rodeado de un mar diminuto a un lado del quebrantado protector de las bestias. Diin los rondaba todo el tiempo intentando calmar sus angustias pero las corrientes de aire habían dejado de ser aromáticas y agradables, ahora sólo tenían un incesante olor a muerte y un temperamento frío que raspaba la garganta.

   Durante el otoño el ciruelo desapareció, dejó un enorme agujero vacío en el centro del bosque y al ser arrancado sus raíces habían removido la tierra que soportaba a varios árboles que se apelmazaban unos a otros como se acomodan las maderas antes de encender una fogata, el bosque de Althea era un cementerio forestal más pardo y oscuro que en sus días como pradera. Días tras día Rea levantaba los árboles y les afianzaba las ramas, pero el corazón del bosque había desaparecido y temían que todo Althea pudiera morir sin el ciruelo. La princesa de las corrientes de aire se elevó por los cielos abandonado el bosque en busca del árbol, recorrió todos los pueblos y todos los caminos, se topó con corrientes más fuertes que la debilitaban, con los fríos infernales de la tundra y los calores crueles del desierto. Cuando su corriente era más débil encontró una casa enorme cerca de los riscos nublados de Madeleine, se acercó a un huerto de calabaza cerca de un desfiladero para alimentarse de la corriente nororiental y notó a una gigante barriendo la puerta de su casa con una gran escoba, cuando la miró detenidamente se dio cuenta que la escoba era el ciruelo.

    Esperó durante varias noches para hacerse más fuerte, todas las mañanas veía a la gigante barrer el suelo con su amado ciruelo y le parecía intolerable, cuando se sintió capaz arrojó su corriente huracanada más fuerte, los vidrios de la casa del gigante se cernieron y el techo de teja salió volando, el gigante se acostó debajo de su cama temiendo la furia de la princesa pero tan pronto como empezó llegó la calma. Diin viajó cientos de kilómetros generando suficiente corriente como para poder transportar el pesado árbol, cuando por fin llegó a Althea plantó el árbol y su corriente se desvaneció. La bruja de la ceniza, se paseó un día por la foresta muerta liberando a sus cuervos de entre las ramas rotas, cuando sintió una brisa ligera y espesa la respiró jalando todo el aire con sus pulmones, cuando Diin estuvo dentro de la bruja ella la exhaló diciéndole que nunca debió haber buscado al ciruelo.

 

Althea era un lugar terrible, hostil e inhóspito, no tenía agua, sobre sus brisas sólo flotaban cenizas y sus flores estaban congeladas y el ciruelo ahora era un trozo de madera rohído, roto y deforme que estaba en el centro. Durante el invierno Rea le dio toda su vitalidad al ciruelo para no dejarlo morir, pero las últimas sequoias, olmos y pinos, soltaron su últimas hojas, el cuerpo verde que alguna vez había sido ese bosque estaba muerto y poco a poco, como si se tratara de un sepelio la nueve comenzó a cubrirlo todo, los últimos animales se congelaron dentro de sus madrigueras y la última hoja se desprendió de un olmo. Olvidé decirlo, pero si alguna vez conoces a una persona que te pregunte cómo se crean los páramos fantasmas le puedes responder que de esa forma. Cuando mantenemos las cosas muertas en el centro de nuestro universo.

     La bruja de las cenizas caminó por el espectral bosque y encontró a los guardianes recostados casi muertos a un lado del terrible ciruelo, encendió su pipa y los miró con resentimiento. Comenzó a fumar y les dijo “A veces hay que dejar ir las cosas que más amamos cuando estas pueden matarnos” colocó un poco de brasa de la pipa en su mano y sopló con delicadeza, como si fuera una libélula resplandeciente la pequeña braza revoloteó en el viento hasta guardarse en el corazón del ciruelo. Un resplandor ardiente se extendió desde el suelo hasta la última rama del ciruelo y la columna de fuego se siguió elevando hasta que se levantó tan alto que casi alcanzaba las estrellas, el ciruelo ardió durante meses, pero por fin un día simplemente comenzó a llover.

     Las cuencas se llenaron de agua, los ríos se desbordaron y el lago se encontró con el océano de seda. Las plantas recobraron su tono verde y los árboles caídos se levantaron. Las bestias salvajes despertaron y otras llegaron desde todos los rincones del mundo, dientes de león, margaritas y girasoles brotaron del suelo y las corrientes se impregnaron del olor dulce de las dalias y los crisantemos,  pasaron cientos de años. Los guardianes de los bosques se volvieron criaturas inmensurables, una bestia del mar capaz de hundir un barco enemigo con uno sólo de sus tentáculos, un zorro gigantesco rodeado de mariposas de colores que cuida de las criaturas y los perdidos, las corrientes frescas que nos regalan el festival de los pétalos y las líneas que dibujan las libélulas en los cielos de otoño cuando emigran hacia Althea y flores hermosas llenas de pétalos tersos y frutos que provienen del bosque más frondoso de todo Meridi.

    Si visitas Althea un día te darás cuenta que el corazón del bosque está en todas partes y no en un sólo lugar, ni siquiera yo, que quemé el ciruelo recuerdo en donde estaba, porque con el tiempo nuevas flores llegaron, otras semillas estallaron y sus raíces desaparecieron, Althea nunca va a olvidar que alguna vez un ciruelo fue su corazón, pero no importa, porque lo dejó ir y desde entonces el brillo del bosque es cada vez más intenso y su nuevo corazón, que no sabemos dónde está pero sabemos que está ahí, palpita cada día con más fuerza.

 

 

 

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