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Cambio de calcetines

 

También los imperios caen.

Marisela Duarte

 

Rosa viene de visita. "Perdí", dijo Aydé. "Me metí con la hilera de peones de la construcción del súper pero nada que ver con lo que me da una Whirpool. La tarde que me dijo 'no sé si te quiero' quise colgarme a una oreadita en el patio. Acabábamos de hacer cosas en la sala, ¿puedes creerlo? Al menos, la otra es tan camiseta como yo; dijo 'besas mejor que ella', ¿puedes creer?"

 

Rosa intentó preguntar algo, pero Aydé interrumpió. "No funcionamos después del 'te amo a ti, pero voy a andar con otra', y cuando no responde la libido, no es tu hombre o eres ropa interior. Probamos, pero ya no podía ser su mujer ni mía, ya era dos calcetines dos. Es que los hubieras visto, ella con la camisa de él en la cadera de morsa; chocamos en el pasillo y él estaba rodeándole el cuello con el brazo: a ella, como si estuviera conmigo: con ella. Fue cuando sentí mis hilos blancos; seguí mis costuras, y me vine a la casa con la Kinny..." Rosa volvió a intentar decir algo, pero Aydé no hacía pausa. "El resto sí han sido humanos; los animalitos no pueden decir sí o no, es como un abuso pero tú sabes cómo es la Kinny. Ahora me dedico a envolver los dedos, hago que el dedo gordo pase por encima del otro y lo apriete hasta que truene. Los fines de semana con Vel Rosita. De lunes a viernes, tallando a mano. Tomo el sol en el tendedero. Me enredo con tallas 48. Un día seré otra vez persona, pero mientras, soy como un condón para pies; ya en la noche me hago bolita. Soy un feliz par de calcetines."

 

Por fin, Rosa dijo: "No pareces feliz." Aydé se dejó caer en la cama y su amiga formó un dogal con la ropa que encontró, pero se desbarató en lo que Aydé iba emitiendo un silbidito. Sin mejores ideas, Rosa se fue con su amiga puesta.

 

 

 

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