¡Arrepiéntente ya!
Cuando llegó a rentar la casa parecía tan normal. Era una persona común y corriente, una persona amable, con mucha disposición, incluso hasta para ayudar a los vecinos con sus oraciones, pues se caracterizó desde el principio por ser un católico muy solícito y devoto. Llevaba en el vecindario casi un año y se había ganado la confianza de los vecinos que lo veían como un cristiano ejemplar.
La vivienda no tenía nada en particular, era sencilla como la de cualquier trabajador de oficina, pero como buen estudioso de los asuntos religiosos, tenía en su sala un librero donde acopiaba las lecturas que le auxiliaban en la tarea evangelizadora de su propia alma y la de sus prójimos. Así, reposaban en ese estante obras literarias como El secreto más grande del mundo, de Og Mandino; La mujer nueva y la moral sexual; Darwin no mató a Dios; Se nos rompió el amor ¿podemos ser amigos?; Cómo ganar amigos e influir sobre las personas; Porqué algunos cristianos cometen adulterio, causas y remedios; La inteligencia emocional. Hasta revistas como Vértigo, Inquietud Nueva; Muy interesante y un cancionero de Cri-Cri.
Es así como, en medio de todas las catástrofes naturales y las provocadas por la catastrófica ambición humana, empezaron a resurgir los viejos mitos que cada determinado tiempo vuelven con sus apocalípticos pregones de la llegada del fin del mundo. El terremoto y el tsunami ocurridos en Japón fue el pretexto ideal para revivir el temor a los despiadados castigos divinos para todos los pecadores. Entonces se volvió a ver en las calles de algunas ciudades, pequeños panfletos en donde se advertía en caracteres grandes y con letra oscura que “¡El fin de mundo se acerca! El día del Juicio que el Dios Santo traerá, será el 21 de mayo de 2011. El Día del Juicio es algo que los seres humanos temen y es el día en que Dios destruirá el mundo a causa de sus pecados. El mundo tiene razón cuando piensa que el Día del Juicio vendrá. La Biblia nos da la información correcta y precisa en lo que a ese día se refiere…”.
A saber si llegó a sus manos tal información, lo cierto es que por la actitud emprendida esa noche, es fácil advertir que este tipo de ideas proliferaban en el círculo más cercano del buen vecino, que acompañado de dos sujetos más, recibieron el mensaje divino de desprenderse de todo lo material porque el fin del mundo está cerca. En medio de ese trance, los tres privilegiados emprendieron la orden celestial destruyendo muebles, vaciando los estantes y arrojando todos los objetos hacia la calle. Pero eso no era suficiente. Dios pedía mucho más que eso, era necesario arremeter contra los muebles del baño, y así con fuerza los destruyeron, con la misma fuerza con la que le pedían a gritos a Dios que les golpeara si es preciso: ¡Descarga en mí tu furia!
En el éxtasis de agresividad divina, arrasaron con todo lo que había en la casa. Los vecinos se alarmaron cuando empezaron a escuchar golpes en las paredes, y ante el temor de que rompieran las tuberías del gas y del agua, decidieron llamar al servicio de emergencias.
Cuando los oficiales llegaron aquello era un caos. No había sido un terremoto, ni el tsunami, ni el Creador. Eran tres tipos que inmersos en su excitación habían destruido todo. El buen vecino fue remitido a la agencia del Ministerio Público, de la que después salió por no haberle encontrado delito que perseguir, más que el escándalo y la reparación de la vivienda devastada.
Muy a su pesar, el mundo todavía no se acaba, y sus valiosos servicios a Dios continuarán mientras siga habiendo pecadores a quienes redimir con un buen susto, un secuestro o una buena dosis de ignorancia.
Publicado en el suplemento cultural aQROpolis, del periódico Plaza de Armas,
el jueves 31 de marzo de 2011. Basado en un hecho real ocurrido en la
ciudad de Querétaro, pocos días antes de esta publicación.
Volver a Silvia Lira León