Marina
"Algún día, criatura encantadora,
para ti seré sólo un recuerdo"
Marina Tsvetáieva
(1892 - 1941)
Durante años los hombres se han encargado de la destrucción del conocimiento. Los sentimientos en el hombre son fuertes y capaces de mover masas.
Los libros son armas usadas por los intelectuales para promover ideas. Los que están en el poder lo saben. Malditos zaristas de mierda. Nos censuran y arrestan.
─Marina, ¿has sabido de tus hijas? ─pregunta Aleksei.
─Desde que partí a Praga no puedo contactarme. Apresaron y fusilaron a mi esposo.
─Escuché que Irina murió en el orfanato. Lo siento.
─¿Mi Irina? ─pregunta confundida. Enjuga las lágrimas en un pañuelo sucio. Esposo e hija muertos.
─Murió de hambre. El orfanato era muy pobre. Las condiciones deplorables. De verdad lo siento ─comentó Aleksei─. En cuanto me enteré, regresé de París en tu búsqueda.
─De Ariadna, ¿sabes algo?
─Arrestada junto con tu esposo Serguéi. Cuando lo fusilaron perdí la pista de tu hija ─Aleksei no tiene respuestas; siente impotencia, un nudo en la garganta seca su lengua. Marina perdió la cabeza desde que dejó Moscú. Los pensadores, en plena revolución bolchevique, eran censurados, asesinados o desterrados.
El café de la plaza roja estaba desierto. Veinticinco bajo cero y la gente se escondía en casa, frente a un fuego reconfortante; cualquiera se siente millonario si tiene fuego, más cuando todo es hambre, muerte y destrucción. Aleksei Remizov es muy cauteloso. Cualquiera puede estar escuchando y llevarlos presos. A pesar de que Stalin ya se sienta en la silla del Gran Palacio de Kremlin y el partido socialdemócrata permitió el regreso de todos los exiliados, aún viven aquellos que seguimos en contra del nuevo régimen. Toda revolución deja estragos.
Hacía seis años que Marina y Aleksei formaron una librería en el corazón de Moscú. Ahora en ruinas tras la quema del lugar y la destrucción de centenares de libros "prohibidos" por el sistema. La librería la armaron con dos escritores más: Nikolái Berdiáyev y Mijaíl Osorguín.
─De Nikolái o Mijaíl, ¿sabes algo? ─preguntó Marina. Años en Checoslovaquia, lejos de sus hijas y esposo la enloquecieron.
─Berdiáyev murió en París ─dijo Aleksei─, tuvo suerte de seguir escribiendo librando la censura; hasta que lo encontraron inerte sobre su mesa de trabajo. Tenía la máquina de escribir y algunas cuartillas arrugadas en su mano. De Mijaíl no he sabido nada. ¿Tú?
─He contactado a los de la librería. Nadie sabe de Osorguín. Se esfumó. Ojalá no haya sido fusilado.
Marina y Aleksei, los viejos escritores seguían sentados frente a frente. Los recuerdos, de la librería, se reducen a cenizas en el corazón de Moscú. Cuatro años motivaron el intercambio de libros por libros o costales de harina, azúcar y canastas de papas.
Aleksei sacó una pequeña publicación de hacía varios años.
─¿Recuerdas esto? ─preguntó alcanzándole el Smizdat con aroma a cuero, pergamino y tinta.
─¡Una de nuestras publicaciones clandestinas!, no creí que hubieran sobrevivido ─respondió Tsvetáieva abriendo el libro y oliéndolo.
─En realidad, es la única que sobrevivió tras el ataque a la librería. Todo lo demás fue quemado.
─Así que es el único escrito que se pudo rescatar de Mijaíl... ─dijo Marina mientras tocaba las letras impresas y releía algunos de los versos.
─Aquí también están los poemas de Nikolái y tuyos ─apuntó Aleksei mientras ayudaba volteando algunas hojas para mostrarle los textos.
La expresión del rostro de Marina mostró extrañeza. Los recuerdos volvían con imágenes fugaces. La muerte de su Irina, su esposo, la desaparición de Ariadna y que nadie supiera nada de varios amigos.
Los años de la guerra y revolución llegaban como memorias secas y sedientas de algo más allá de la imaginación. Estos poemas escritos eran la única muestra de esa realidad. Toda la fantasía se esfumaba con el olor de pergamino y cuero en sus manos. De esa conversación con Aleksei y de la tristeza que su corazón sentía. Era pobre, no tenía nada que la atara a la vida.
Sus poemas del pasado mostraban aquellos sucesos que la desilusionaron, que no podría nunca aceptar. El amor por Pasternak y su esposo muerto; un oficial zarista. Moscú ya no era el mismo.
─Habrá guerra pronto ─dijo Aleksei. Mientras, encendió un cigarro y le acercó la cajetilla a Marina. Ambos fumaron en silencio.
─Salimos de la censura y el mundo entró al fascismo ─se queja Marina observando una marcha de soldados en la Plaza Roja.
─En París hablan de guerra ─aceptó Aleksei mientras apagaba el cigarrillo y prendía otro. Las noticias abundan sobre Hitler y la barbarie. Les duele el recuerdo de la quema de libros, de la revolución y las muertes que dejaron. Sus intentos fallidos por mantener el arte en los corazones de la gente. ¡Los libros son armas!, armas más poderosas que las bombas.
─En Praga también hablan de guerra, por eso regresé. ¿Ya qué queda? He buscado a lo que resta de mi familia, ¡Qué sabe nadie!, y mi hijo en unas minas esclavizado─. La voz de Marina es tenue y rasposa. No esperaba regresar a Moscú y que su familia se hubiera evaporado.
Aleksei tomó de regreso el Smizdat. Lo abrió y comenzó a leer, en voz alta, un poema.
Bendigo la labor nuestra de cada día,
bendigo el sueño nuestro de cada noche,
el divino juicio y la caridad divina,
la ley benévola y la ley de bronce,
mi empolvada púrpura, de harapos cubierta...,
mi empolvado bastón, de los rayos hogar,
y asimismo, Señor, bendigo el pan
en horno ajeno y la paz en casa ajena.[*]
Marina lo observa. Sus ojos contienen un llanto viejo; melancolía de los días pasados. Es el recuerdo que la aprisiona y la hace arrepentirse.
Escucha sus versos, escritos hace más de veinte años, y aún así recuerda fresca sus días de juventud. Cuando contenían millares de libros prohibidos por el régimen. Cuando alimentaban pobres a cambio de enciclopedias inútiles. Cuando todavía estaba agradecida por la vida.
Sin decir más, Marina se levantó y caminó en dirección a la calle principal. Aleksei quedó inmóvil sin atreverse a ir tras ella. Sabía lo que sucedería y no tenía intención por detenerla.
Semanas después, los Nacional-socialistas invadieron la U.R.S.S., por lo que gran parte de la población, incluida Marina, fue evacuada a Yelabuga. La crudeza de la guerra le hizo recordar porqué fusilaron a su esposo. Decían que participó en el homicidio del hijo de Trotsky.
Recordó sus amores con Pasternak, Mandelstam, la ternura de Rilke y la evidencia de ello dejado en libros. Se sabía mal madre, pésima esposa. No pudo ni despedirse de sus hijos. Tomó una soga, la ató a una viga y se ahorcó. Nadie olvida a Marina.
Ariadna fue liberada después de la guerra. Enterada de lo sucedido, comenzó a recopilar los textos de su Madre. Gracias a ella muchos sobrevivieron y fueron publicados.
[*] Bendigo la labor nuestra de cada día... 21 de mayo de 1918, traducción de Severo Sarduy .
Cuento publicado en la antología del X Concurso Literario
de cuento "Gonzálo Rojas Pizarro", Lebu, Chile, 2012