top of page

Allá en la fuente.

 

 

 

 

Y es que soy demasiado distraída, no es la primera vez que me meto en el baño equivocado. Lo que pasó es que ya iba de salida cuando escuché que él iba entrando, estaba hablando de mí. Me regresé rápido y me metí a uno de los cubículos, me senté sobre el excusado y subí los pies.

     ¿Tú sabías que los hombres platican en los mingitorios? Pues ellos dicen que no pero sí lo hacen. Rodrigo volvió a decir mi nombre, se oía tan bonito con el fondo como de cascada, después dijo que yo estaba “buenísima”, sacando un chorro mucho más débil pero todavía constante, más puntual. Lo siguiente fue un goteo rítimico, como un llanto, y se quejó: “pero nunca me va a pelar.” “Y es que la amo”, dijo en el instante que dejaba caer la última gota. En ese momento pude sentir su escalofrío en mi cuerpo y unas incontrolables ganas de orinar.

    Cómo no iba a enamorarme de él, si son las palabras más húmedas y románticas que he escuchado, bueno exceptuando lo de “está buenìsima”, pero ya sabes como es eso de la plática entre hombres, y mucho más si están orinando juntos, tienen que parecer más machos en esos momentos tan comprometedores, además otra parte de él me hablaba sólo a mí, y eso es aun mejor que si lo hubiera dicho con la mano en el corazón, ¿o no?

     Te va a sonar muy cursi pero yo sé que aunque estuviera en el baño de un estadio de fútbol, le reconocería de puro oído, ¿cómo ves? Y es que Rodrigo en vez de orinar recita. Es en serio, no te rías, mira, por ejemplo; el que iba con él ese día también estaba orinando, pero sin gracia, como quien abre la llave de la tarja, así nada más, de fuerte a débil y sin suspirito.

     Ya ves que Rodrigo es muy tímido, por eso tuve que invitarlo yo. Fuimos a un restaurante muy malo, pero lo escogí por que el baño de hombres está dividido del de mujeres por un simple tablero de madera delgada. En cuanto entró, yo me metí al baño contiguo. Escuché todo lo que no se había atrevido a decirme en una hora y media de estar viéndonos las caras sentados a la mesa. Estaba muy nervioso, porque el chorro era demasiado irregular y agitado, seguro estaba salpicándolo todo. Pero esta vez el suspiro fue diferente, profundo y largo. Se subió la bragueta con un solo y decidido “zip”, así que no tardaría en salir, escuché sus pasos dirigiéndose a la puert, no se lavó las manos y eso es bueno porque quiere decir que una vez que te ha hecho el amor, no se levanta rápidamente a tomar un baño ¿suena lógico no? Tuve que actuar rápido, porque él ya me había dicho todo y yo nada, me abrí el cierre intentando hacer el mayor ruido posible, luego me bajé el pantalón haciéndolo rozar con mi piel y para cuando me bajé los calzones él ya estaba en silencio, escuchando. Estoy casi segura de que se puso la oreja en el panel.

     Entonces oriné para él, contieniendo y soltando el chorro con ritmo ascendente ¿Si sabes cómo, no? Hasta que ya no aguanté y terminé con un suspiro. En ese momento la madera del panel crugió un poco, pensé que me observaba por algún agujero pero no encontré ninguno. Me acomodé la ropa y por supuesto no me lavé las manos, hubiera sido una grosería.

    Salió primero y yo esperé el suficiente tiempo para que él llegara a la mesa, entonces abrí la puerta y lo vi ahí sentado, de espaldas, pidiéndole algo al mesero.

    Nos trajeron una botella de vino blanco, Rodrigo no permitió que el mesero nos sirviera, tomó la botella con su mano grande y morena. Vertió el líquido en mi copa interrumpiendo los chorros y volviéndolos a soltar cada vez más rápido, y derramando el líquido con un último chorro fuerte. Nunca en mi vida he sentido al mismo tiempo tanto placer y tanta vergüenza.

 

 

 

Publicado en Fantasiofrenia, antología del cuento

dañado. Sogem, As de Corazones Rotos, 2003.

 

 

 

Volver a Yolanda Rubioceja

 

 

 

bottom of page