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Prólogo

El hombre muerto

 

Entre las cenizas que ardían, aún quedaban las memorias de canciones de fogata, abrazos amistosos e historias de terror. El olor a pino y arce se mezclaba con el aroma de los bombones derretidos y las salchichas asadas la noche anterior. Para David Wilson, de 17 años, la noche transcurrió con más calma de lo que él hubiera deseado. Sentado sobre un tronco con una cerveza en la mano, veía con decepción la casa de acampar roja que estaba a unos metros de la fogata. Meses de planeación se habían desplomado cuando la noche anterior, Ellie su novia, estuvo demasiado borracha como para poder mantenerse consiente.

      Al entrar en la casa de campaña, David intentó sin éxito quitarle la ropa para finalmente  deshacerse de la vergüenza que le causaba su virginidad. Bajo el rocío matutino y con el trasero helado, intentaba convencerse a sí mismo de que era un buen hombre, sabía que había tenido una oportunidad pero la dejó ir gracias a la moral que su madre le inculcó desde pequeño. Con los delicados senos rosados de su novia frente a sí, no se atrevió a consumar el acto, pues para él, tener relaciones sexuales sin amor podía convertirse en una demanda por violación.

      No hizo nada, le dio un beso en la frente y salió de la tienda de acampar, después se sentó sobre un tronco cerca de las brasas de la fogata de donde no se movió en toda la noche. Detrás de él había otra tienda de color amarillo, en ella dormían Sara, la mejor amiga de David, y Duncan su novio de 20 años. A David le atormentaba ver frustrados sus sueños, por eso pensaba seriamente en qué decirles a los que preguntaran. La verdad no sería suficiente, así que optó por decir que no sabía si lo habían hecho, pero que despertó desnudo a su lado. Eso debería calmar a los curiosos, le guiñaría el ojo a Duncan y a sus amigos y ellos sonreirían en respuesta.

    Cuando el sol comenzaba a levantarse por encima de las montañas Apalaches, el cierre que protegía la entrada de la tienda de acampar roja comenzó a abrirse. Una versión espantosa de Ellie, con la cabellera oscura enmarañada, los ojos hinchados y la camisa de cuadros blancos y rojos sucia con restos de vómito amarillento, emergió de ella. La chica no notó nada, se acomodó a un lado del muchacho y recargó la cabeza en su hombro. David pensó que ahora también tendría que lavar la tienda de acampar, no era algo nuevo pero esta vez debería limpiar los restos de una borrachera y no aquellos de los placeres desbocados que tanto imaginaba. Ellie encendió un cigarrillo, fumó dos bocanadas con lentitud y tosió varias veces, pasó el tabaco a su novio y se puso de pie. David se quedó mirando la colilla arder mientras Ellie buscaba en la mochila que estaba a su lado una palita de acero y el rollo de papel de baño. Agitó el papel frente al muchacho y se fue andando hacia el bosque. David no preguntó nada y caminó tras ella. Por lo menos verle las nalgas desnudas a su chica debería ser un recuerdo suficientemente bueno como para imaginar todo lo demás.

      Ellie caminaba cuidando de no tropezar. Desde que tenía memoria le había dicho a todo el mundo que le gustaba usar lentes como una forma de innovar en la moda, pero la verdad era que usaba una graduación suficientemente alta como para transformar su percepción de manera dramática. Ante sus ojos todo eran visiones borrosas de un bosque desconocido,. Pensó en bajarse los pantalones despreocupadamente pero tenía que llegar a un lugar especial en la zona de campistas; un baño natural y privado en medio de la espesura forestal. Su limitada visión no le permitía distinguir formas a más de seis metros lo que hacía la tarea sumamente difícil. Siguió caminando, intentó reconocer el camino, pero antes de que pudiera continuar, un dolor agudo en el vientre y un movimiento intestinal, como si las tripas se ajustaran a la forma de los desperdicios de la noche anterior, le recordaron que el lugar era lo de menos, debía  detenerse donde fuera.

      Se acomodó detrás de un enorme arce y con mucha prisa comenzó a cavar un pequeño agujero en el suelo, después le dio la espalda al árbol y miró a su alrededor. Se bajó los pantalones, las pantaletas y se puso en cuclillas para soltarse abrazando las rodillas con los brazos. Aún no había comenzado cuando un crujido la sobresaltó, se puso de pie y rápidamente subió la ropa interior, giró la cabeza buscando el origen del sonido, pero su poca capacidad para distinguir no le dio ninguna pista de lo que acechaba en el bosque, las ganas se detuvieron y le provocaron un dolorcito en el vientre bajo. Estaba lista para correr o gritar, cuando de detrás de un árbol, salió David con unas gafas de pasta gruesas en las manos y se acercó a Ellie con una gran sonrisa el rostro. Ella suspiró aliviada y sonrió de vuelta.

       –¿Me estabas espiando verdad?,  sucio.

       David no contestó, sonrió aún más y le acercó los lentes. Ellie los tomó e hizo una mueca coqueta.

       –Tal vez te deje ver un poco, pero debes ser bueno.

       –Anoche fui bueno.

       Ellie empezó a desabotonarse y a bajar el cierre de los pantalones lentamente.

       –Fue muy dulce que no me hayas obligado.

       –Estabas muy borracha. No era lo correcto.

     –Te lo dije, muy dulce, cualquier otro se hubiera aprovechado pero no te preocupes, te lo compensaré en nuestra luna de miel.

     –Sabes que no puedo esperar tanto.

     –Vale la pena esperar, creo.

     –Hay muchas lunas de miel antes del matrimonio, ¿deberíamos tener una?

    Ellie se bajó los pantalones y mostró sus lindas piernas pálidas y unas coquetas pantaletas a rayas azules y guinda con el dibujo del sonriente gato de Cheshire en el área de la pelvis.

     –¿Lo demás? – preguntó su novio con notable ansiedad en la voz.     

     –Es todo, además de verdad necesito ir –el rostro de Ellie se desfiguró por el dolor abdominal.

     David sonrió con complicidad mordiéndose los labios, caminó hacia atrás sin girar el cuerpo para no perderse ni un solo instante de las piernas de Ellie bañadas por el sol de la madrugada. De pronto, un paso en falso hizo que el muchacho cayera por un ladera rodando entre la hojarasca y la tierra hasta que un golpe seco en la espalda lo detuvo. El aire salió con violencia de sus pulmones y el panorama se tornó difuso, las formas del bosque se volvieron borrosas y el cantar de los pájaros sonó hueco. Puso las manos en el suelo para intentar reincorporarse pero no tenía fuerzas, a lo lejos sólo escuchaba los gritos de Ellie, giró hasta  quedar boca arriba y respiró de manera lenta.

     –Estoy bien –contestó, pero de pronto un olor a putrefacción llenó el ambiente y captó su atención. Volteó instintivamente hacia la razón del terrible aroma y lo que vio lo perturbó profundamente.

     Atado a la base del árbol, un hombre calvo y delgado, yacía sentado con una expresión de profundo terror en lo que le quedaba de rostro, tenía arrancada gran parte del cuerpo y las entrañas estaban esparcidas alrededor de él. La cara se encontraba dividida en secciones que lo hacían irreconocible, el lado izquierdo del cráneo tenía un enorme agujero que dejaba ver los órganos machacados en su interior. Pedazos de piel, cejas, pestañas, sesos ensangrentados y una sustancia viscosa de color marrón, escurrían desde el filo de la cavidad ocular en forma de una emulsión bizarra que se detenía en los huesos de una mandíbula hecha jirones. En los brazos rasgados era fácil distinguir el hueso de la carne y los tendones que colgaban del hombro meciéndose al ritmo de la brisa matutina.

    David agachó la vista pero no pudo evitar que su curiosidad lo motivara a ver el resto, las entrañas del cuerpo producían un olor nauseabundo e intolerable que provenía de la mezcla de fluidos, desechos humanos y suero de maple. El torso era ahora un amasijo de tripas y cuerdas roídas. Con la nariz tapada David se acercó lentamente, después le gritó a Ellie que no bajara y le indicó que llamara a la policía.

     Miró de nuevo el cuerpo y notó una peculiaridad. En la cabeza rapada del hombre muerto y agitada por el viento matutino, había una hoja de papel asegurada con grapas y clavos. Cuidadosamente, David se acercó y la tomó con un movimiento rápido. Sobre la hoja, dibujada con un pedazo de carbón, había una figura en forma de gota. De su centro salía una línea que trazaba una espiral rodeando la primer forma, al llegar a las tres vueltas la espiral hacía una línea recta que cortaba el centro hasta terminar en una punta de flecha justo detrás del arco formado con la parte inferior de la gota.

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