Aceite para dos.
Hace dos semanas me encontré conmigo en plena calle. Él venía de la cantina. Chorreaba alcohol y detergente agrio. Olía a cloro. ¿Me creéis? En plena calle. Así como lo platico. Yo, en cambio, iba limpio y perfumado; listo para el asesinato.
Nada nos dijimos. Fue la primera impresión del espejo.
Y corrió la lumbre. A plomazos. ¿O si no? Pues con la cacha. Duro y en la cabeza. Sí, a ese fantasma. Pero los fantasmas no comen lumbre, más bien se meten en los sueños de los niños. Hace muchos inviernos que traspasé la verja de la infancia. Pero aún recuerdo que vivía en una casa grande, grande. Y con árbol. Luego, entender la manera de romperte la sintaxis, tercero entrometido. Buscalíos. A más de esto, sólo la mustia cara de un ángel desvaído. Por eso quise entrar en la refriega, nada más. Y también.
Hay que reconocer los signos de la noche.
Sin embargo, seguiremos peleando entera, y eternamente. Estamos metidos en el mismo cuerpo. A mí ya no me importa. ¿A él? Estampada estampida. No. Pero el títere se movió por sí solo. Algo más. Insoslayable. La mirada de un cuajo de sombra. Hacia mí. En plena calle: fuego.
Los augurios, los augurios... la voz de la vieja loca que vivió aterrada. No más. ¿A quién le atribuiremos los árboles que danzan? Y si no danzan: vuelan.
y
pero mi globo hoy llegó a la Luna. Por eso no te amo. Mero, somos neutros. Vivimos al tope. Danzamos ante el espejo, no ante el otro. He aquí lo bruto. Lo que para mí ha sido el brillante, para ti es sólo estiércol. No, no te maté. Con todo y detergente y cloro y semen borbotones. Mejor dame la mano. Inventemos algo. ‘’.
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