...ni de noche, ni de día.
Vi un ángel con dos huevitos entre las piernas, me saludó cordialmente y al hacerlo se le desgajaron sus alas. Olía a Padre Kino y su piel era aguada. Caminaba despacio y su tonelaje no lo dejaba volar.
No reía, era triste. Tampoco curaba, no sabía medicina. Tenía barros y el indicio de un herpes en su boca. Su dentadura era postiza y no tenía aureola sobre el pelo castaño lleno de orzuela.
Del cuello le colgaba un letrero que traía al charro gordo y de bigote grueso, con un cráneo al pie que decía: soy un cabrón. (Nota: en letra chica se agregaba made in México)
Una herida en su estómago lechoso le supuraba constantemente, y él, de vez en cuando, la apretaba para oler lo que le brotaba antes de embarrárselo en la túnica.
Me dijo seriamente que Marx era la neta, pero que nunca me clavara con él porque ya estaba pasado de moda. Siguió mirándome y me exigió un café que no probó; andaba medio pedo, comenzó a tambalearse aún más y en tono familiar me dijo que la verdad él no llegó al cielo porque los pendejos no entran, y que además él decidió no creer a dios, el día que dios lo dejó de creer a él.
De entra la túnica batida sacó un Código Civil, me lo tendió en las manos y se largó. En la espalda (que por cierto ya no vi), traía la huella de una bota y una suástica en el culo.
Volteé y rompí el espejo.
Tengo 22 y ganas de matarme.